“Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si quieres probar su carácter, dale poder”
Abraham Lincoln
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El poder es esencial en la sociedad humana. No existe grupo social alguno donde no encontremos, al menos en alguno de sus integrantes, una condición de poder. Ya sea porque la persona, innatamente, tiene un temperamento y, por ende, un carácter dominante favorecedor de liderazgo. O porque la gente alrededor se lo otorga, tal y como nosotros lo hacemos con nuestros gobernantes.
El poder es tener la capacidad, el dominio o la fuerza para realizar alguna acción.
Si miramos el lado favorable del poder, vemos que el líder puede dirigir a los demás para facilitar metas del grupo social. Inspira y da confianza. Ayuda a difundir aspectos altruistas y benéficos para la comunidad y los demás.
Mientras tanto, en el lado desfavorable del poder vemos como puede transformar en “sentido de deber” en un sentido de omnipotencia que en el peor de los grados puede llevar a la venganza contra todo aquel que se entienda como el “enemigo”. En ese sentido, el poder proyecta en las personas la parte oscura de la naturaleza humana, poniendo a plena vista la ambición, el autoritarismo, la corrupción, el abuso y hasta la agresión y la violencia.
La realidad social y las investigaciones sobre el tema demuestran que muchísimas veces los aspectos positivos y negativos del poder están entretejidos de forma compleja. Sin embargo, ha quedado comprobado que en muchas ocasiones, cuando a un ser humano se le da la alternativa de estar “por encima de otro”, no sólo tiende a usarlo sino a abusarlo.
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Este es el caso de lo que, como pueblo, nos tocó vivir esta semana con la movida de la Cámara de Representantes para colgar los nombramientos de Larry Seilhamer a la Secretaría de Estado y de Manuel Torres a la Contraloría. En una movida politiquera que antepuso los intereses de la mayoría Popular por darle un golpe al Gobernador Pierluisi sobre los intereses de nuestra Isla, se echó por la borda la oportunidad de que dos profesionales de reputación intachable dispuestos a servirle a nuestra gente fuesen confirmados en sus puestos.
Nuevamente la política partidista se antepuso a los mejores intereses de nuestra gente. En un intento de propinarle un golpe al adversario político se le propinó otro golpe más a la confianza que tiene nuestro pueblo en sus funcionarios electos. Ante esa realidad, de nuestra parte solo podemos recordarles a aquellos que hoy ocupan posiciones electas y, por ende, tienen el poder, jamás deben olvidar que el poder sin la confianza del pueblo no es nada.