Por más de medio siglo, los puertorriqueños en nuestra mayoría hemos sido leales a un esquema político que obedece, principalmente, a nuestra visión sobre la relación que queremos tener con los Estados Unidos. Gente “buena” y gente “mala” ha operado bajo ese esquema y así, con lo bueno y con lo malo, los puertorriqueños hemos recurrido elección tras elección a las urnas pensando siempre en que queremos lo mejor para nuestras familias y Puerto Rico.
También hemos presenciado con ira y decepción la corrupción de aquellos en los que depositamos nuestra confianza y que nos traicionaron llenando sus bolsillos con nuestro dinero o faltándole al trabajo que le encomendamos. Aún con el desencanto acumulado, nuestra democracia ha prevalecido. Los puertorriqueños hemos honrado el mandato soberano de la mayoría asumiendo con ello aciertos y desaciertos. También, democráticamente, hemos provisto el sagrado espacio para la manifestación y el reparo de agravios. Tenemos que estar orgullosos del carácter indudablemente democrático de nuestra sociedad.
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Por otra parte, cargamos con una tara histórica que ha imposibilitado el progreso de nuestra democracia. Amparados bajo el lema de “lo mejor de los dos mundos” las mayorías del pasado abrazaron la decisión de la indecisión. Convirtieron la colonia, un estatus transitorio, en el final del camino. Pero, poco a poco, la evidencia se volvió innegable. Tuvimos que decidirnos a decidir.
Se avecina el momento inequívoco en que, de una vez y por todas, con nuestro voto determinaremos el futuro de Puerto Rico para esta y futuras generaciones. Todos tendremos que tomar esa gran decisión, abrazarla y luchar por ella con todas nuestras fuerzas.
Nos toca unirnos como pueblo, sí. Y la unidad que reclama nuestra democracia significa que la voluntad de la mayoría ha de ser respetada una vez más. Que no hemos de acceder a alianzas fundamentadas en espejismos que no son alianzas sino engaños. Que ignoraremos el discurso populista cuyos resultados nefastos tristemente presenciamos en países hermanos en donde gentes cansadas y frustradas, como muchos de nosotros, optaron por alianzas ilusorias.
Divide y vencerás ha sido la estrategia que precedió incontables derrotas. El opositor capitaliza en los egos y las intransigencias del carácter humano para minar las posibilidades de triunfo. Quien cede, pierde.
Nos toca crecernos a través de la unidad como familia inquebrantable bajo una alianza democrática. Nos toca reconocer que siempre tendremos desacuerdos y decepciones y también experiencias que nos recuerden que tenemos mucho que mejorar.
Perseveremos entendiendo, finalmente, que no hemos de permitirnos ser escollo en nuestro propio camino. Que, ante la injuria y la calumnia, y también ante la realidad de nuestros propios defectos, nos agarraremos las manos aún más fuertemente para enfrentar a quien ose intentar tronchar nuestro futuro. Luchemos unidos. La meta está a la vuelta. La anuncia el recrudecimiento de los ataques, el interés fingido de aquellos que, a escondidas, procuran descarrilarnos. Demostrémosle que nuestra misión prevalecerá y que unidos lograremos que Puerto Rico sea el estado 51 de los Estados Unidos de América