Desde hace un tiempo, abril se considera el mes de la prevención y lucha contra el maltrato infanto juvenil. Usualmente las actividades culminan el día 25 de abril con el Día Internacional de la Lucha contra el Maltrato Infantil. El enfoque que vemos en las actividades que es sumamente importante, ha sido trabajar las formas visibles de maltrato hacia la niñez que se tipifican en abusos físicos, psicológicos, negligencias y las distintas formas de abusos sexuales.
Sin embargo, el maltrato a la niñez trasciende esas formas visibles de maltrato. Las experiencias adversas en la niñez están conectadas con secuelas negativas en la salud y el bienestar de las personas a lo largo del ciclo de la vida (Hays-Grudo & Sheffield, 2020). No solo están relacionadas a situaciones directas de maltrato, sino a eventos de vida como vivir en medio de violencia, tener familias en instituciones carcelarias, vivir con personas con uso problemático de sustancias, experimentar situaciones de salud mental con miembros de la familia y otra serie de asuntos. Las investigaciones de las autoras citadas son claras indicando cómo las mismas son factores de riesgo para problemas en la vida de las personas, problemas complejos de salud problemas sociales y aumento en las tasas de mortalidad. El empobrecimiento de este grupo poblacional es uno de los factores que predisponen a la niñez a experimentar otras adversidades. El Instituto para el Desarrollo de la Juventud ya ha documentado la situación vulnerabilizada de las niñas y jóvenes de nuestra patria.
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Son muchas las discusiones y muchos los eslóganes que he escuchado a lo largo de mi carrera que principalmente ha estado centrada en el trabajo con las niñas y niños víctimas de maltrato. La lista de frustraciones en el trabajo para que se articulen políticas públicas coherentes que vean a este grupo poblacional partiendo desde una concepción de ciudadanía revestida de derechos es inmensamente larga.
Prácticamente no existen marcos de leyes, y son muy pocos los programas sociales y servicios que se conceptúan ubicando la niñez fuera del paradigma adultista que los considera “menores”. La mayoría de los abordajes los visualiza siempre como dependientes y las acciones para atender sus problemas no los escuchan. ¿Cuándo hemos visto a niños y niñas deponiendo en vistas públicas sobre proyectos que los afectan? ¿Cuántos grupos focales se realizan con la niñez y la juventud para implementar programas? ¿La evaluación de la efectividad de los programas que brindan servicios a la niñez se conceptúa desde sus visiones del efecto del servicio o se hace desde sus encargados? En los tribunales del país ¿Cómo se operacionaliza el término trillado del mejor bienestar del menor que de acuerdo con la jurisprudencia debe ser la estrella polar que guie los procedimientos donde haya niñez involucrada?
Lo cierto es que no muy lejos de los eslóganes, nuestra niñez continúa en un espacio invisible donde se recrudecen los efectos de la cuestión social y sus necesidades son ignoradas. El Departamento de la Familia continúa batallando con escasez de recursos y personal. Los pocos recursos que tienen trabajan en condiciones precarizadas. El Departamento de Educación ha demostrado que no puede garantizarle el derecho básico a la educación. Las situaciones que confrontan miles de familia que impactan a los niños y niñas y que requieren políticas públicas concertadas continúan siendo ignoradas. El acceso a servicios de salud y salud mental en un sistema privatizado que conceptúa la salud como mercancía y no como derecho es otro factor que imposibilita una mirada esperanzadora a las necesidades de nuestra niñez.
Si hablamos de las instancias de raza, género, orientación sexual, clase social, diversidad de familias y tantas otras que se intersecan en las identidades de este grupo poblacional el panorama es aún más desolador. No hay protocolos, currículos y en muchos casos no hay destrezas básicas para abordar los efectos que esas relaciones de poder producen en la construcción de las subjetividades e identidades de las personas infanto juveniles. Tristemente las niñas y las niños son vistos como un grupo uniforme al que se aborda usando perspectivas de promedio, normalidad y medidas que no se ajustan a esas formas únicas de construirse como persona. Cuando en una niña o en un niño se imbrican esas relaciones de poder, su destino tiende a ser muy solo. Su única alternativa en ocasiones es internalizar su opresión con los efectos devastadores que esto produce en su salud mental.
Ciertamente los retos para trabajar con las manifestaciones de violencia visibles son enormes. Pero esas violencias obvias, son producto de otras instancias que no son tan conscientes a nuestra vista y que pocas veces representan un aspecto central en los abordajes de las políticas públicas enfocadas en la niñez y las juventudes. Una compañera trabajadora social española (Gaitán, 2014) le llamó a esta necesidad el proceso de trascender con este grupo poblacional y llevarlos de la visión de menores a protagonistas de sus derechos.
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Eso implica dos vertientes. Trabajar con las raíces estructurales de los problemas e involucrar a la niñez en la articulación de soluciones para atender los problemas que les afectan. En la primera dimensión no podemos hablar de pobreza infantil sin atender las raíces estructurales de la pobreza. De igual forma hablar de erradicar la violencia contra la niñez sin mirar la violencia que se enraíza en la estructura social hasta alcanzar las micro relaciones, es ponerle parchos al asunto. Es momento de articular una nueva política de bienestar social en el país que tenga como resultado un estado general de buen vivir para la niñez basado en una concepción de este grupo como sujetos de derechos. Es importante destacar que el buen vivir de la niñez está ligado al buen vivir de sus familias y comunidades. Todos estos idearios están sujetos a un nuevo proyecto de país que parece impensable con una junta de control fiscal y con nuestras cadenas coloniales.
Como segunda propuesta Gaitán (2014) plantea la necesidad de comenzar a realizar procesos consultivos en los que los adultos obtengan información de la niñez para mejorar la legislación, las políticas y los servicios dirigidos a ellas y ellos. Otro aspecto central es la promoción y creación de iniciativas de participación para fortalecer y educar en procesos democráticos para que los niños los entiendan y los apliquen. Finalmente, involucrar a los niños y las niñas en los procesos de exigibilidad y expansión de sus derechos para que ellas y ellos puedan identificar sus propias aspiraciones y tomar iniciativas para alcanzarlas. Me parece que acabar con los eslóganes y a actuar para hacer lo que hay que hacer es la mejor forma de celebrar abril y comenzar el fin de todas las violencias contra la niñez y las juventudes y gestar un nuevo futuro donde ellas y ellos ejerzan su derecho a vivir y ser felices.