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Opinión de Julio Rivera Saniel: Ninguna ley. Ningún orden

Lee la columna de opinión del periodista Julio Rivera Saniel

Julio Rivera Saniel Metro PR

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“Este es un país de Ley y Orden”. Esa es la frase frecuentemente asumida en el discurso oficial del Gobierno. Y la verdad es que así, dicha en tono enérgico y con los debidos ademanes, podría parecer hasta cierto. Sin embargo, en la práctica, este es un país de donde el cumplimiento de las leyes y la garantía de orden son bastante maleables.

Como ejemplo los casos innumerables de personas que no tienen 65 años y que ya se han vacunado. Una violación que ha ocurrido a plena luz del sol, en ocasiones desde instituciones privadas y sin que se sepa de la imposición de multas. Porque cuando se trata del sector privado, con acceso al poder económico y con ello la influencia en el mundo político, las leyes y el orden son tan maleables como el buen barro. Y si queremos continuar con los ejemplos, conviene detenernos en el cumplimiento de las órdenes ejecutivas para evitar la propagación del COVID-19. El “orden” parece ser más estricto para los locales. Sus negocios en violación a la orden ejecutiva son ocasionalmente intervenidos y algunos hasta han sido multados. Pero con los turistas la música parece moverse a otro son. Los incidentes de turistas que llegan a la isla con esa postura ignorante y caprichosa de que el COVID-19 es un invento, que no existe y que, por lo mismo, las medidas recomendadas para evitar su contagio son innecesarias. Bajo esa bandera llegan, consumen poco pero incomodan mucho. Se saltan las normas, no usan mascarilla y tampoco guardan distanciamiento. El caso más reciente es el denunciado por Cristina Carrasquillo. El incidente, captado en un video de seguridad, muestra cómo la mujer, cuadripléjica, salía a recoger la comida que pidió a un servicio de entrega. Al hacerlo se topó con un grupo de turistas que alquilaban un apartamento en el edificio en el que es titular. Según narra, les solicito una y otra vez que se pusieran las mascarillas y guardaran distanciamiento. En respuesta, una de las mujeres le pidió que hablara “en Inglés” para, acto seguido, arrojarle el trago con licor y hielo en la cara.

Para la mujer, el incidente –saltadas las diferencias en el tono- no es aislado. Según me dijo, su edificio está lleno de apartamento de alquiler a corto plazo ocupados constantemente por turistas irrespetuosos que pretenden imponer su visión del mundo al lugar donde visitan. ¿Imagina usted ir de viaje y, al llegar al lugar donde es visitante, pretenda no solo que le hablen en su idioma y no el del lugar de visita? Pero, peor que eso, ¿se le ocurriría llegar a un lugar que no es el propio a violar las normas de manera abiertamente irrespetuosa? Probablemente no lo imagina porque, si se le ocurriera, cargaría con las consecuencias de intentar violar las normas. Pero aquí, en Puerto Rico, llegar de visita y pasarse las normas por donde no le alcanza el sol no es asunto del que preocuparse. Ya Cristina ha tenido la oportunidad de confirmarlo. Según me contó, tras el incidente con las turistas y el trago, llamó a la Policía. Pero para su sorpresa, los agentes le dijeron que no continuarán con el caso. No valía la pena, le dijeron. Se trataba de un “delito menos grave” que no tendría ningún futuro en la Fiscalía. Allí no se movería un dedo para el encauzamiento porque “los turistas se van”. Por lo visto, aquello de cumplir las normas y seguir “la ley y el orden” es un asunto opcional en el que se tiene especial privilegio si se tiene domicilio fuera de la isla. No se trata de un problema nuevo pero, lo que sí sería novedoso es que por una vez, para variar, el Estado se haga respetar. Que les multe o arreste. Que les duela. Porque cuando se visita casa ajena las normas las pone el anfitrión. Y al que no le guste, que agarre sus maletas y se regrese a su casa.

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