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Opinión de Amarilis Pagán: Promesas imposibles

Lee la columna de opinión de la Abogada y directora ejecutiva de Proyecto Matria, Amarilis Pagán

A veces la gente hace cualquier cosa para llegar a los espacios de poder. Eso incluye hacer promesas imposibles de cumplir, tal y como le está pasando a las legisladoras de Proyecto Dignidad. Como integrantes de un sector profundamente conservador y machista, basaron su campaña política en la idea de que es posible detener el avance de la equidad de géneros en Puerto Rico y en el planeta. Son las herederas del discurso de Puerto Rico por la Familia y sus organizaciones minions que repiten en redes, radio y televisión un libreto que vende prejuicios y mentiras muy bien elaboradas para generar terror y odio en los grupos que les siguen.

Contrario a la percepción que se pudo haber generado con el resultado electoral y la entrada de ambas legisladoras a Cámara y Senado, el sector conservador que ambas representan ha perdido terreno a pasos agigantados en la pasada década. Ya no es ese sector que en 2008 pareció ser el responsable de la marejada azul que logró el fortuñato, ni tampoco ese sector que trató de hacer un “show of force” para detener el avance de los derechos LGBTTIQ en el 2013 o bloquear la educación para la equidad en el 2015. Poco a poco el resto de la sociedad ha ido moviéndose en la dirección de la solidaridad, el respeto, la empatía y la aspiración a un país más justo y equitativo. Y con el país, no le ha quedado más remedio que moverse a esos mismos partidos de antes- el PPD y el PNP- quienes parecían responder a la agenda fundamentalista, machista y bastante ruidosa. Por eso existe Proyecto Dignidad: porque perdieron terreno y tuvieron que reorganizarse para mitigar lo que ellos consideran daños y nosotras un avance de la equidad.

Es interesante ver cómo la agenda de este partido está centrada en un solo tema y sus variantes: la misoginia y la homofobia. Tanto en campaña electoral como a nivel legislativo, sus integrantes son monotemáticas. Su discurso se centra en decir que no existe la violencia de género, que el género es una ideología, que hablar de los derechos de las mujeres es discriminar a los hombres y otras poblaciones vulnerabilizadas. Su discurso complementario aborda el tema de las familias con un mensaje que parece sacado de un libro de Inquisición for Dummies en el que se insiste en decirle a sus acólitos que permitir el avance de los derechos humanos de las mujeres y las personas LGBTTIQ es destruir LA FAMILIA (la de Rosa, Pepín, Tito, Lobo y Mota) y con ella la sociedad. Su propuesta, para cuando todas sus promesas fallen, es proponer la persecución de las feministas. Nos pintan como las brujas a las que hay que investigar, culpar de los males sociales y de paso, reclamar que sean expulsadas de las discusiones públicas. Goebbels (googuleen si no lo conocen) sonríe en su paila del infierno cada vez que les escucha.

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Así las cosas, y luego de decretado el tan esperado Estado de Emergencia por Violencia de Género, vale la pena aclarar algunas cosas interesantes y muy importantes. No es que esto no se sepa, pero entre tanta bola de humo conservadora se nos pueden perder los datos. Iniciemos por la definición o concepto de violencia de género. Cuando hablamos de violencia hacia las mujeres, no estamos hablando solamente de los feminicidios, sino de otras muchas manifestaciones de violencia que las mujeres de este país viven cotidianamente: las agresiones sexuales, el discrimen en el empleo, el hostigamiento sexual, el acecho, la violencia obstétrica y cada micro-agresión de esas que nos dejan preguntándonos por qué nos pasan estas cosas que no le pasan a la otra mitad del planeta. Si no nombramos y si no reconocemos la violencia de género, nos convertimos en víctimas o en cómplices de la misma. Tan sencillo como eso. No puedes repeler un golpe si no lo ves venir.

Luego viene el tema de las estadísticas. Cuando el estado no reconoce la violencia de género, se queda sin herramientas para manejarla y tampoco puede mantener un registro estadístico que corresponda con la realidad. A eso se suma el hecho de que un alto porcentaje de las agresiones que sufren las mujeres no son reportadas. ¿Las razones? Variadas. Desde miedo al qué dirán y el temor a las consecuencias (sí, a las víctimas se les sigue re victimizando) hasta la normalización de la violencia y la falta de capacidad para reconocerla.

Súmenle a esto la falta de recursos, la pobreza, las secuelas de las medidas de austeridad. Traten ustedes de pasar por el sistema de salud o de justicia como una mujer en situación de pobreza y con poca escolaridad. Verá que no hay puertas de entrada a un sistema de apoyo sensible y adecuado salvo cuando se tiene la suerte de llegar a una organización de mujeres que la defenderán contra viento y marea.

Y ahora viene lo bueno, añadamos las intersecciones de las opresiones. ¿Qué es eso? Pues nada más y nada menos que lo que viven muchas mujeres en este país. Porque ser mujeres no es ser una muñeca Barbie con medidas estándares y vidas homogéneas. Ser mujeres es cargar con otras características de nacimiento o de origen social y que incluyen ser negra, o inmigrante, o vieja, o tener diversidad funcional, o carecer de educación, o vivir en uno de esos campos donde ni los celulares llegan. Sumen e imaginen cada posible violencia de las que se pueden acumular en una sola mujer y entenderán por qué es urgente hablar de la violencia de género y enfrentarla.

Cuando las feministas exigimos un Estado de Emergencia y trabajamos para detener la violencia hacia las mujeres sabemos que tenemos que trabajar con todas, así en plural. Con todas sus características y situaciones de vida. Por eso es importante saber mirar desde un análisis de derechos humanos a cada persona que vive en desigualdad.

Ya sé que hay una pregunta que no he contestado aún: ¿Valen más las vidas de las mujeres? Pues esa pregunta sobra. Porque quienes han seguido el trabajo de las feministas saben que hemos estado en todas las grandes luchas del pasado siglo y aún desde antes: por las personas negras, por las inmigrantes, por la niñez, por el ambiente y sí, también por los hombres que el sistema desecha y deja a un lado por negros, por pobres y por desclasados. Los derechos humanos son indivisibles y nosotras lo sabemos.

¿Debemos las mujeres dejarnos morir, invisibilizar la violencia que recibimos, negar sus causas y sentarnos a esperar el próximo golpe? No he visto que eso se les pida a otras personas, pero a nosotras, sí, a nosotras, la gente como la de Proyecto Dignidad nos sigue considerando personas de segunda categoría, las sacrificables, las que podemos obviar. Y ni nosotras, ni la sociedad que hemos ido construyendo desde una aspiración de equidad, estamos dispuestas a dejarnos silenciar. Nos queremos vivas, nos queremos plenas, nos queremos en paz. Créanme, con eso se beneficia toda la sociedad.

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