Ha vuelto a ocurrir. Un crimen atroz nos ha sacudido a todos y, al hacerlo, nos ha sacado de ese letargo que nos ha hecho ignorar durante años, nuestro fracaso en la guerra contra el narcotráfico. Porque sí, esa guerra la hemos perdido.
Lo hacemos a diario cada vez que otra vida se pierde detrás de esa frase a la que parecemos estar inmunes. “Se cree que la muerte estuvo vinculada al narcotráfico”, escuchas decir con frecuencia a las autoridades.
Pero en lugar de promover la discusión de soluciones definitivas a ese problema que se lleva casi a diario las vidas de muchos, parece que como colectivo nos hemos conformado con tapar el problema con tierra. Ocultarlo, como aquel que prefiere no hablar de una pena para no hacer que sea aun más dolorosa. Y entonces, en lugar de procurar arrancar el problema de raíz, seguimos caminando en círculos sin llegar a ningún lugar. Todas las semanas muere alguien en algún caso cuya teoría central es el narco. No prestamos demasiada atención. Luego, llega un caso que nos sacude y surge la pena colectiva. Lloramos lo ocurrido y procuramos respuestas inmediatas. Exigimos más de los agentes. Luego, le pedimos al Estado que reclute más agentes y que les de mejores armas. Todos reclamos válidos pero que -ya se ha probado, aquí y en la China- no nos van a hacer ganar esta guerra que vamos librando por casi cinco décadas. Luego alguien pide un turno en la discusión pública y nos recuerda que lo que hemos estado haciendo no sirve y que, como todo lo que no sirve, tenemos que cambiarlo. Y es en este punto que la búsqueda de respuestas se estaciona en neutro. Porque cuando escuchamos que lo que hacemos no funciona y descubrimos lo que sí ha funcionado, nos paralizamos.
Aspiramos a los ambientes de paz de algunos de esos destinos que miramos como sociedades de avanzada. Pero aunque queremos su calidad de vida, no estamos dispuestos a realizar los cambios que ellos sí han hecho para conseguirlo. ¿Qué han hecho lugares como Portugal, Suiza, Australia, Holanda o Alemania? Todos han iniciado alguna forma de regulación de los mercados de la droga, bajo una premisa sencilla: si se desarticula el negocio del “punto” no hay guerra entre “puntos”. La regulación ha sido estudiada por la Comisión Global de Políticas de Drogas, un organismo integrado por figuras como Ruth Dreifuss, expresidenta de Suiza, Jorge Sampaio -expresidente de Portugal-, Paul Volcker, ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos y el laureado escritor MArio Vargas Llosa, entre otros. A nivel local, la Organización “Intercambios PR” y su portavoz, el doctor Rafael Torruella, llevan más de una década impulsando la idea sin que lograra hacer el eco necesario en esa clase política de la que mucho de nuestro futuro depende pero que en demasiadas ocasiones se paraliza en medio de la encrucijada entre lo correcto y el miedo a la pérdida de votos. En ese ánimo, muchas veces prefieren ignorar la evidencia científica para hacerse eco de argumentos sin sustancia pero inocuos. El primer paso según los expertos debe ser la despenalización de las drogas. Esa política pública en la que se decide no tratar al usuario com criminal sino como enfermo. Pero la despenalización no mata el narcotráfico. LA regulación de mercados parece haberlo conseguido en las jurisdicciones que ya expusimos. En esencia, saca del ámbito de la ilegalidad -del punto- la drogas, y las mueve al espacio de la Salud. Son salubristas quienes evalúan los casos de los usuarios, buscan romper su dependencia y, en caso de que continúe la drogodependencia, son los salubristas los que la regulan quitando del medio al narcotraficante como suplidor. Según la data provista por los países que la han implementado, tanto las muertes por sobredosis como los contagios con VIH, así como las muertes vinculadas ala crimen del narco y el gasto de dinero del Estado para atender el asunto se han reducido. En Portugal hasta en un 20 %. Además, contrario a los pronósticos de grupos opositores que anticipaban una avalancha de nuevos usuarios tras la implementación de este reenfoque de la lucha contra el narco en Portugal, el número de adictos a drogas allí también se ha reducido.
Eso es lo que dice la literatura y la evidencia científica. La moral -esa cosa de la que todos tenemos una- podría prevenirnos siquiera de pensarlo. De dejarnos convencer por la evidencia. PEro en medio de un país en el que el narco nos arrebata vidas a diario, sería un crimen mayor no evaluar opciones -esta u otras- que evidencien resultados. Nos convertiremos en cómplices de nuestra propia tragedia si solo nos quedamos en el lamento e insistimos en querer vencer a un viejo enemigo con las mismas estrategias que nos han garantizado solo la derrota una batalla tras otra. No sé si estas opciones serán las que nos garanticen el éxito, pero aferrarnos a la locura de procurar el éxito insistiendo en la misma fórmula del fracaso no debe ser ni remotamente una opción.