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Opinión de Emilio Pantojas: Fascismo y Trumpismo

Lee la columna de opinión del profesor y sociólogo, Emilio Pantojas

Históricamente el fascismo surge en Europa en el período entre la primera y la segunda guerra mundial. Este movimiento adquiere diversas expresiones en Italia (Facismo), Alemania (Nacional Socialismo), España (Falange), Portugal (Estado Novo) e incluso el Reino Unido (British Union of Facists). El facismo aglutina grupos desafectos y marginados que buscan refugio en el nacionalismo, afirman la supremacía de un grupo racial o étnico y son liderados por un líder carismático y demagogo que promete la restauración de glorias e imperios pasados (Roma, el “Segundo Reich”). La derrota de Alemania en la segunda guerra mundial y las condiciones de vida de los veteranos de la guerra en países como Italia y Gran Bretaña sirvieron de base para la integración al fascismo de estos trabajadores marginados y desplazados. También se integraron a estos movimientos empresarios y burgueses nacionalistas que se sintieron marginados o desplazados en el nuevo orden mundial. El fascismo rechaza el socialismo y la democracia liberal republicana o parlamentaria, y favorece el capitalismo, la protección de los mercados nacionales y la expansión territorial de la nación y, por ende, de los mercados nacionales. También propone establecer un control estatal autocrático, corporativo y clientelista con gremios, grupos, asociaciones, etc., que responden al estado, para traer prosperidad económica y estabilidad política frente a amenazas reales o imaginadas. Se dice que, “El término «fascismo», procede del italiano «fascio», y este a su vez del latín «fasces» cuya traducción al castellano es ‘haz’. Los fasces eran el signo de autoridad de los cónsules de la República Romana y se mantuvo durante el imperio como símbolo de las 30 curias fundadoras de la Antigua Roma.” (https://culturizando.com/origen-y-significado-de-fascismo/)

El trumpismo es una coalición de desafectos de la globalización: empresarios y trabajadores desplazados por la desindustrialización, agricultores proteccionistas y otros sectores amenazados por el nuevo orden mundial. De ahí el nacionalismo antiglobalista, xenofóbico y racista, la invención de una realidad alterna y un líder autocrático, carismático y demagogo. A esta coalición se unen los Republicanos conservadores, anti “estado benefactor” o “great government”; los evangélicos fundamentalistas, y, en menor grado, descendientes de exiliados cubanos y latinoamericanos.

El trumpismo es, pues, una nueva expresión de ideologías y bases políticas existentes que se coaligan alrededor de la figura de Trump. Trump es un empresario “nacionalista”, autocrático, demagogo, narcisista y carismático que recuerda más a Mussolini, (Il Duce) “el líder” de Italia, que a Hitler o Franco.

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Pero ¿es el trumpismo un movimiento fascista? Decía Carlos Marx que la historia se repetía una vez como tragedia y otra como comedia. Podría decirse que el trumpismo es la versión cómica, casi ridícula, del fascismo en el siglo veintiuno.

Estados Unidos es una democracia fuerte, con una economía que, luego de la crisis de 2008, se recuperaba sostenidamente. Los integrantes de la coalición trumpista no son veteranos desamparados por el capitalismo pre keynesiano, sino desplazados de un nuevo orden mundial: la globalización. Aunque enfrenta retos políticos y económicos de China y Rusia y confronta amenazas a su seguridad por un terrorismo “islamista” enraizado en el Mediano Oriente, Estados Unidos es la única superpotencia militar del mundo. Su marina domina los siete mares, tiene presencia militar global y son capaces de contener las amenazas sustanciales a su territorio.

No obstante, la globalización requiere de lo que se llamó en los ochenta “hegemonía política compartida”. El multilateralismo impone límites al poder unilateral estadounidense tanto político, como militar y económico. La globalización ha marginado grandes sectores de las poblaciones “blancas” trabajadoras en la industria y en la agricultura las grandes empresas desplazaron a los pequeños y medianos agricultores independientes. La emigración indocumentada, que subsidia la agricultura de exportación, y abarata el costo de mano de obra en los servicios, se ve como otra amenaza para la población “blanca”. Estos factores político-económicos se complementan con las visiones del fundamentalismo evangélico, que se opone al feminismo, los derechos reproductivos de la mujer y a las religiones no cristianas, a tal extremo que argumentan que Barak Obama era musulmán.

El Trumpismo comparte con el fascismo la agrupación de desafectos del estatus quo, la construcción de un imaginario imperial pasado y glorioso, el resentimiento contra culpables imaginados—inmigrantes, musulmanes, “desviados sexuales”, socialistas/comunistas—así como un autócrata carismático y demagogo que crea una realidad alterna.

No obstante, la institucionalidad de la democracia más antigua del mundo moderno, parece que resistirá el embate del fascismo del siglo veintiuno. La “marcha en DC” del 6 de enero de 2021, no tuvo el resultado de la “marcha sobre Roma” (Marcia su Roma) entre el 27 y el 29 de octubre de 1922 organizada por Benito Mussolini. Trump y el trumpismo son la versión tragicómica del fascismo en el siglo veintiuno.

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