Hoy es 25 de noviembre y pienso en todas las mujeres asesinadas en nuestro país. Pienso en ellas y en las que enfrentan otras pequeñas o grandes muertes en su día a día. Porque así es la violencia de género. Se expresa de manera cruda en un feminicidio, pero también de formas inimaginables en el maltrato psicológico, el discrimen, las agresiones sexuales, el acoso, la trata humana y la pobreza.
¿Quiénes son sus asesinos? ¿Quiénes son responsables de las muertes de las mujeres? No solamente quien hala el gatillo o empuña un cuchillo.
PUBLICIDAD
En Puerto Rico asesinan a una mujer cada siete días. No lo digo yo. Lo dicen las estadísticas. Ahí están. Claras y a la vista gracias al trabajo de otras mujeres que se han dedicado a nombrar nuestras muertas y contarlas mientras en el gobierno estuvieron por años ocultando esa realidad. Hace apenas un año, en un informe sobre feminicidios en Puerto Rico entre los años 2014 al 2018, Proyecto Matria y Kilómetro Cero lograron demostrar que la Policía de Puerto Rico subreporta los asesinatos de mujeres. En algunos años llegó a reportar hasta un 26% menos de casos.
En Puerto Rico asesinan a las mujeres en sus casas. El patrón en nuestro país es similar al del resto del planeta que pareciera ser una réplica del dicho machista de que “la mujer es de la casa y el hombre de la calle”. A los hombres los asesinan en la calle.
En Puerto Rico no solo hay feminicidios íntimos- los que ocurren a manos de una pareja o expareja- sino que nos enfrentamos a un número cada vez más evidente de casos en los que las mujeres mueren a manos de otras personas conocidas.
En Puerto Rico los feminicidios aumentan luego de situaciones de desastre natural. Las estadísticas del año 2018, el año inmediatamente después del huracán María, aumentaron significativamente. Ese año llegamos a los 63 feminicidios. Este año 2020, luego de los terremotos y en medio de una pandemia, los feminicidios directos e indirectos ya superan los 50 y aún nos queda más de un mes para cerrar el año.
En Puerto Rico, al menos el 58% de los feminicidios se cometen con armas de fuego.
PUBLICIDAD
En Puerto Rico, ser mujer entre los 18 y 24 años de edad y tener menos de cuarto año de escuela superior es estar en el grupo de mayor riesgo de muerte violenta. La tasa de feminicidios para ese grupo de mujeres es de 19.6 comparada con la de 1.9 para mujeres de esa misma edad con estudios técnicos o universitarios. Otro grupo que por edad está marcado con todas las señales de peligro, es el de mujeres entre los 25 y 34 años.
En Puerto Rico, donde hay grupos que niegan que ser mujer es estar en riesgo de ser asesinada, la tasa de feminicidios es de 3. Mayor que en países como Chile, Ecuador y Uruguay.
Puerto Rico ocupa el lugar número 13 en cantidad de feminicidios entre las 52 jurisdicciones de los Estados Unidos.
Y cada vez que nos matan, alguien culpa a la propia mujer. Alguien niega que tenemos un problema y alguien más se atreve a mandar a callar a las defensoras de derechos humanos. De paso, algún funcionario o funcionaria da la espalda al asunto o les pide a las mujeres- irresponsablemente- que aprendan a escoger pareja o a ser buenas mujeres.
Pero a las mujeres no nos matan por mentirosas. Si por eso fuera no habría políticos. No nos matan por negligentes. Si por eso fuera estarían diezmadas algunas oficinas de gobierno. No nos matan por enamorás o infieles. Si por eso fuera no le estaríamos preguntando a los niños cuántas novias tienen o tendrán. No nos matan por ser malas madres. Si por eso fuera medio país estaría huérfano de esos hombres que jamás recuerdan que son padres.
A las mujeres nos matan porque somos mujeres. Sí. Por eso. Nos matan porque hay gente que asigna a la figura de las mujeres un estado tal de inferioridad que les da permiso para disponer de nuestras vidas. Nos matan porque alguna canción o alguna novela les hizo creer que estamos obligadas a corresponder amores no solicitados. Nos matan porque alguien creyó que nacimos para servirle- hasta como esclavas sexuales- y que, si no lo hacemos voluntariamente, tenemos que hacerlo a la fuerza. Nos matan porque cuando somos líderes, organizadoras y alzás, algo se le mueve adentro a otra gente que siente el impulso de borrarnos del mapa para que no incomodemos más.
Cada vez que nos matan, matan a nuestras familias y a las personas que nos aman. Quien ha vivido esa experiencia sabe de lo que hablo. El mundo cambia porque cambiamos nosotras como testigos impotentes de un acto irrevocable y nos cambia la mirada porque nos preguntamos mil veces qué debimos hacer, qué debimos ver y qué debimos decir para proteger a nuestras madres, hermanas, hijas o amigas. Morimos. Morimos más allá de nosotras.
Por eso, cada 25 de noviembre, las mujeres del planeta- las solidarias, las que ven a las demás y las aman, las que han sobrevivido las violencias- nos unimos para alertar al resto. Las llamamos a ellas y al país para que miren, más allá de cualquier prejuicio, lo que nos dicen las historias de nuestras muertas y de nuestras vivas.
La violencia hacia las mujeres tiene remedio. Se llama equidad. Y la equidad se construye con acceso a derechos humanos elementales tales como la vivienda, el alimento, la salud, educación y seguridad. Lo básico. Y luego se refuerza con entendimiento, solidaridad y empatía. No solo por y para otras mujeres, sino por y para otras personas que están llamadas a dejar atrás la idea mezquina de que la violencia hacia nosotras está en la cabeza de alguien. No señora, no señor: La violencia hacia las mujeres convive con el resto del país y se contagia a nuestras familias. No en vano organizaciones como la de las Naciones Unidas hablan de la importancia de garantizar equidad en espacios familiares para poder adelantar objetivos de desarrollo para el planeta entero.
Hoy, es un buen día para tocarnos el corazón y hacer un compromiso con la vida y el desarrollo de las mujeres, niñas y viejas de nuestro país. Con todas. Sin importar su estado migratorio, su orientación sexual, su identidad de género, su color de piel, sus diversidades funcionales o su nivel educativo. Si ellas alcanzan su plenitud, el país gana tanto como ellas. Hagamos un llamado al Gobernador Electo, pero también a nuestras comunidades, iglesias y espacios laborales. Actuemos. Seamos la equidad en movimiento.
Algún día podremos hablar de lo que pasa cada vez que una mujer logra sus sueños y logra compartir sus alegrías con el resto de nosotras. Dejaremos de pensar en lo que pasa, se siente y se teme cada vez que nos matan. Amor, solidaridad y esperanza para todas en este 25 de noviembre.