Mientras el asunto de las elecciones y sus resultados finales se dilucidan, existen asuntos que -sean quienes sean los ganadores finales- habrá que atender de manera urgente. Uno de ellos requiere una urgencia que no acepta discusión: nuestro sistema educativo. Y esta afirmación no es un un eco de esa preocupación histórica que llevamos arrastrando hace décadas. Ahora la urgencia se dibuja trascendental porque, a las deficiencias ampliamente discutidas sobre el Departamento de Educación se suma el hecho que el COVID 19 no solo ha maximizado las fallas, sino que ha dejado el sistema al desnudo. Por ello, si no se toman medidas urgentes, miles de niños y niñas -toda una generación- corren el riesgo de convertirse en “analfabetas funcionales”. Y eso, señores, no es asunto pequeño. Aunque coincido con que esa expresión resume las consecuencias que tendría a largo plazo el no poder entender a corto plazo el proceso educativo deficiente al que han sido sometidos los alumnos del sistema público (y hay quien argumenta que también en el privado), ese término de analfabetas funcionales fue esbozado originalmente por la expresidenta de la Asociación de Maestros de Puerto Rico, Aida Diaz. Lo hizo al principio de esta pandemia cuando ya se veía venir el desastre de la educación a distancia. Entonces, Diaz (cosa que han hecho después otros educadores) advertía que el proceso de educación a distancia estaba destinado a fracasar. Primero, por la barrera tecnológica. Aquel primer semestre estuvo protagonizado por las reseñas de falta de acceso formal a internet o internet de calidad que eran la norma en miles de hogares. Porque, para comenzar, aunque a muchos nos gustaría pensar que todo el mundo en la isla tiene wifi en casa, esa no es la realidad de todos. En muchos hogares, el acceso a la internet del que habla el Gobierno es poco más que el acceso que se logra desde un celular, en muchos casos provisto por programas de beneficencia para personas de escasos recursos. Ese problema se ha tratado de atender con mayor efectividad ahora, a punto de finalizar el segundo semestre bajo COVID, gracias a la puesta en marcha del programa de créditos para el uso del Internet y la entrega aun parcial de computadoras (en noviembre aún faltaban cerca de 70 mil alumnos sin recibir su unidad) pero después de 7 meses de un proceso educativo atropellado, poco se puede hacer en esta etapa para salvar las lagunas provocadas en el proceso.
A la barrera tecnológica es preciso añadir el componente de la pericia en el proceso educativo. Aunque antes de la pandemia era común escuchar o leer a padres y madres subestimar el trabajo de los maestros y hasta sugerir que podrían sustituirlos con igual o mejor efectividad, lo cierto es que no todos podemos enseñar. Algunos porque no tienen el nivel de escolaridad requerido y por ello no pueden enseñar lo que no saben. Otros, porque aun teniendo esos conocimientos, no cuentan con las destrezas pedagógicas para la enseñanza. Aunque muchos piensen que sí los tienen. Y finalmente, otros porque simplemente no cuentan con el tiempo para una educación de calidad en medio de un escenario en el que deben compartir su tiempo de trabajo a distancia con los requisitos de la educación en el hogar.
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A todo lo anterior añada el caos particular de los niños y niñas del programa de Educación Especial, muchos de los cuales no han podido recibir ni un día de terapias como consecuencia de las restricciones llegadas por la pandemia.
No nos engañemos. Puerto Rico no está solo. Este es -con algunas variantes- el escenario que enfrentan los sistemas educativos a nivel mundial. Pero ese hecho -el estar acompañados en medio de un escenario complicado- no debe tener el efecto de conformarnos con echar a pérdida a toda una generación. ¿Cuáles son los planes específicos para atender las lagunas de estos alumnos de inmediato? ¿Hay algún plan específico para atender este asunto de manera seria con el comienzo del próximo semestre? ¿Qué sucederá con los alumnos que han sido promovidos de grado de manera condicionada? ¿Como, en definitiva, se buscará EDUCAR -así, en mayúsculas- a toda una generación que no merece otra cosa que tener las herramientas necesarias para acercarse a una vida de éxito? Hay muchas preguntas y pocas respuestas específicas en un escenario en el que las generalidades resuelven muy poco y las excusas son solo buenas para quien las da. No nos queda otra cosa que la urgencia, cuando evaluamos que la falta de una educación efectiva ha probado ser una de las variables de trás de múltiples historias de fracaso personal, malas decisiones de política pública e incluso, una de las razones más claras y menos discutidas detrás de la incidencia criminal. En esto,se nos va la vida.