Ya votamos. Y hoy tenemos más cosas que celebrar que ayer. Hay una Legislatura diversa, como la queríamos. Hay un país despierto que votó mayoritariamente en contra del discrimen y de la corrupción. Hubo casi un 70% de votantes que le dijo al nuevo gobernador electo que no están de acuerdo con él y que lo vigilarán. Hubo una marea de personas que aún si saber apalabrar sus reclamos de derechos humanos, supo llegar a las urnas y reclamarlos. Tenemos feministas (en plural) y personas LGBTTIQ+ en la Legislatura. La diversidad llegó a los espacios de poder donde antes nos rechazaban. Décadas de persistencia y trabajo dieron sus frutos.
Claro que hay trabajo pendiente. Mucho. Las desigualdades del lunes están entre nosotras y nosotros hoy. También estarán mañana. Nuestra agenda de país está cargada de trabajo más allá del esfuerzo que muchos grupos hicieron de cara a las elecciones de este 2020. Las elecciones son un trámite de cada cuatro años. La democracia es un estado de vigilancia y acción permanente. Rendirse no es una opción. Y ceder derechos mucho menos.
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Seamos realistas. Los abusos que sufrimos como país llevan siglos construyéndose y expandiendo sus raíces profundas en todos los espacios de nuestras vidas. De ahí los feminicidios, las muertes de jóvenes en guerras de narcotráfico, la gente sin techo y resignada, las escuelas cerradas y nuestra niñez abandonada por el gobierno, la gente vieja y pobre sufriendo la soledad, nuestros muertos tras María. Las desigualdades son como la mala yerba que hay que sacar de raíz para que no vuelva a germinar.
Y miren que llevamos décadas desyerbando. Por eso ayer pudimos ver un país que por primera vez se reconoció con el poder de cambiar la historia de un sistema que parecía invencible. La mayoría votó por un cambio que se inició fuera de los partidos y que debe servir para inspirar los próximos cuatro años. Ya lo dije la semana pasada: Ganamos antes de las elecciones y vamos tras otras ganancias necesarias y urgentes para quienes más han sufrido las violencias que nacen de la pobreza, el discrimen y la desigualdad.
Hoy, como primer paso, nos toca recoger la energía que generamos desde cada espacio de lucha que se hizo visible ayer y recordar para qué trabajamos en los pasados meses y con qué nos enfrentamos. Recorrimos un largo camino. Ahora nos toca sentarnos en una verdadera mesa social en la que todas, todos y todes tengan una silla. Y esa mesa no es del gobierno. Es nuestra. La agenda será nuestra. No será de partidos, ni de gobiernos. Será de la sociedad que desde la pluralidad de saberes y experiencias sabrá cómo usar el amor, la solidaridad y la esperanza para generar el país que soñamos. Ya lo comprobamos: el pueblo salva al pueblo. Así fue, así es y así será.
¿Cuál es la agenda de hoy? Saciar el hambre. Garantizar techos. Rescatar las escuelas. Honrar nuestras pensionadas y pensionados. Vencer el coronavirus. Sanar y consolar nuestras personas enfermas. Crear empleos dignos. Completar un plan de recuperación justa. Dar voz a quienes no la han tenido. Vencer las desigualdades. Hacer de la pobreza una cosa del pasado. Vencer los prejuicios, todos los prejuicios. Vivir en paz. Ser felices y defender esa felicidad como se defiende la vida.
La agenda de hoy es la agenda de ayer, del año pasado y del año antes de ese. Es una agenda de derechos humanos que quizás como país no habíamos querido mirar con la atención que se merece. Qué bueno que siempre hemos tenido gente dispuesta a mantenerla viva.
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¿Responderá el gobierno a nuestra agenda? Eso dependerá de nosotras y nosotros. ¿Qué les parece si hacemos lo siguiente?
Primero: Juntar el trabajo de organizaciones de derechos humanos y completar una evaluación de la situación de Puerto Rico usando fuentes de información independientes del gobierno y que tengan una perspectiva de equidad y justicia social. Aprendamos a ver más allá de nuestras burbujas de privilegio para incluir en nuestros espacios y análisis a quienes el gobierno y otros sectores no ven. Veamos la gente que vive al margen de los lugares comunes.
Segundo: Exijamos al gobierno electo el compromiso de reconocer los derechos humanos como eje para sus acciones. Si se compromete, fiscalicemos. Ni siquiera un gobierno que se considere amigo del país puede dejarse sin supervisión. Las tentaciones son muchas y las presiones del sistema grandes.
Tercero: Eduquemos para la acción política que reconozca la importancia del servicio y trabajo de base. No hay teoría política que sustituya la experiencia del servicio directo y de los saberes que se adquieren en el proceso de servir a nuestras poblaciones más discriminadas.
Cuarto: Asumamos responsabilidad a nivel personal. El país que queremos no se puede construir desde el sofá o desde un celular. Opinen. Sí. Pero también fiscalicen, propongan, escuchen, dialoguen y actúen.
Quinto: Amemos al prójimo. Ya es hora. Amemos tanto como para poder diferir y aún así encontrar las convergencias.
Sexto: Derrotemos la ingenuidad que nos hace presas del pasado. Aprendamos a ver los lobos vestidos de ovejas. Esto no contradice el quinto punto. No. Aprender a ver los enemigos del país es saber ver la historia, adjudicar responsabilidades y decir adiós a lo que nos atrasa y nos agrede.
Séptimo: Recordemos que todas y todos somos personas con derechos humanos y que la medida a la hora de actuar, siempre debe ser lo suficientemente amplia como para honrar esa humanidad que no acompaña. Reconocer los derechos humanos de otras personas no le resta derechos a nadie. Quien dice eso, miente.
Octavo: Retemos nuestras creencias. Tengamos presente que estamos en un siglo en el cual, si la humanidad quiere sobrevivir, necesita reconocer sus diversidades, generar espacios de equidad y comprometerse con la vida. A nivel individual, eso es romperse por dentro y volver a construirse desde una mejor posición, con una mejor versión nuestra.
Noveno: Organicemos. Organicemos. Organicemos. Ya vivimos suficiente caos. Pero que esa organización ocurra desde el respeto a cada comunidad, con empatía, con una visión de apoderamiento y con el deseo genuino de dar espacio a la participación ciudadana.
Décimo: Seamos reflexivas y midamos resultados con honestidad y desprendimiento. Reconozcamos que tendremos aciertos y también equivocaciones. Miremos sin apegos y sin egos el caminar colectivo porque esto no se trata de buscar desesperadamente un caudillo o una caudilla para cruzar el desierto sino de generar un liderazgo amplio que nos sobreviva.
Hablemos y conspiremos. Ocupemos el espacio que nos toca dentro de los espacios de poder y hagámoslo con firmeza, sin dudar. Apoyemos a quienes nos llevan con ellas y ellos a la Legislatura para que sus votos tengan la fuerza de todas nosotras. Es nuestro derecho, nuestro deber y nuestra responsabilidad.