Antes de escribir esta columna quise detenerme y pensar si es que, acaso, estaba siendo injusto en mi análisis. Reflexionaba: No sé si es que vivimos tiempos de retos enormes y que su masividad hace lucir pequeño cualquier esfuerzo por denunciarlos o si es que, por lo contrario, las voces llamadas a la denuncia de esos problemas son demasiado tímidas. Pero aun lanzada la pregunta ya anticipaba la respuesta. Me temo que la opción correcta. Los ciudadanos han sido abandonados por la voces que están llamadas a representarlos desde los organismos creados para hacerlo. Hablo
de las Procuradurías. Esos organismos gubernamentales creados para dar voz a sectores en desventaja. Y es que a pesar de las denuncias constantes de escenarios de desigualdad y mal servicio en el Gobienro o el sector privado, los procuradores y procuradoras
se han convertido en años recientes en una suerte de entes inhertes y, en consecuencia, inservibles. A diario llegan a nuestra atención casos de todo tipo en los que se deja al descubierto cómo loos consumidores o
los pacientes o las personas de edad avanzada y-quizá de manera más evidente- las mujeres enfrentan enormes contratiempos que el Estado falla en atender de manera eficiente. Un servicio médico diezmado, la denegación de tratamientos por parte de los médicos privados o la tarjeta de salud, por una parte. Por otra, la lentitud del Estado en
realizar pruebas y garantizar la seguridad en medio de la crisis por el COVID que impacta particularmente a nuestras personas de edad avanzada que mueren diariamente por decenas.
Eso por una lado. Por otro, la crisis de seguridad que enfrentan las mujeres en la isla, muchas de ellas amenazadas por la violencia machista.
Se esperaría que en medio de esos retos innegables, las poblaciones afectadas contarían con procuradores con voces fuertes. Con funcionarios capaces de entender que su trabajo no es convertirse en apéndice del Estado que les nomina sino en la piedra en el zapato que garantice, a fuerza de denuncias,
que esos grupos a las que sirven estén adecuadamente atendidos. Funcionarios listos para armarse de creatividad y denuncia para suplir la ausencia de recursos a las que han sido destinados sus oficinas por parte del Gobienro. Pero en su lugar, las poblaciones representadas por las procuradurías han enfrentado el silencio. Una suerte de temor a incomodar como aquel que quiere pagar el favor. Silencio de ese que por omision se puede tornar en cómplice. Si no, Póngase a pensar y dígame, ¿Quién es la procuradora del paciente? ¿Cómo s ellama? ¿Cuál fue la última vez que usted le vio o escucho denucniar públicamente algo relaconado a la población a la que sirve? Añada las mismas preguntas a la procuradora de las personas de edad avanzada. ¿Qué fue lo último que dijo y dónde? ¿En qué momento de la crisis por el COVID se le ha escuchado exigir, denunciar o sugerir líneas de acción al Estado que está llamada
a fiscalizar? ¿Y el Procurador del Ciudadano? ¿Cómo se llama? ¿Qué piensa? ¿Qué le ocupa? ¿Cuáles son los casos que enfrenta con mayor frecuencia? Y así, siga usted repasando la lista de procuradores y procuradoras, y el escenario
será el mismo, tal vez con contadas excepciones. Quizá llegaron al puesto con buenas intenciones. No digo que no. Pera esas intenciones deben ser capaces de igualar la gravedad de los problemas a los que se enfrentan las poblaciones que representan.
Esa fórmula no debe ceder espacio a la seducción del camino sencillo. Aquel guiado pot la ley del menor esfuerzo. Por ese que se pavimenta con el envío de comunicados de prensa ocasionales o las entrevistas siempre por petición del medio y siempre
en reacción a alguna denuncia. Nunca solicitadas como arma de denuncia y fiscalización. Siempre con ese aire del “no me queda más remedio” que reaccionar en contraposición a aquel “hablo porque me nace. Porque es mi trabajo”. Al hablar para dneunciar
porque son la palabra y la denuncialas armas más fuertes para contrarrestar la escasez de fondos. Esta semana, luego de ver cómo un grupo de estudiantes de la Escuela de Comunicación eran nominados por una campaña contra la violencia de género que se valió del ingenio para aglutinar un buen grupo de celebridades jubto a un mensaje contundente, no pude evitar concluir que la falta de recursos de las procuradurís -aunque real- no es sino una excusa para justificar la falta de volubtad e inicativa. Porque los tiempos difíciles requieren de buenas dósis de voluntad y alianzas. Aún están a tiempo.
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