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Opinión de Emilio Pantojas García: Turistas

Lea la columna de opinión del profesor y sociólogo

El incidente de turistas peleando en el Condado y el aeropuerto no es un hecho aislado, ni simplemente el producto de pasajes y hoteles extraordinariamente baratos debido a la pandemia del COVID-19. Lo que pasó en Puerto Rico es un incidente más de violencia y desorden en el proceso de turistificación de ciudades a nivel global. En la introducción del libro Ciudad de vacaciones los antropólogos Claudio Milano y José Mansilla narran el comienzo de la lucha entre turistas y residentes en Barcelona de la siguiente manera:

“El puente de agosto de 2014 podría considerarse como el Año 0 de la reciente movilización y organización popular contra el fenómeno de la turistificación en Barcelona. La fotografía de un grupo de turistas italianos desnudos paseando por las calles de la Barceloneta a primera hora de la mañana, puso sobre el mapa la realidad de un barrio que venía sufriendo, desde hacía años, los efectos del desarrollo turístico existente en la capital de Catalunya. […] la proliferación de pisos turísticos regulares e irregulares, los excesos del ocio nocturno, el incivismo que vivían sus calles y plazas, la precariedad cotidiana, los desahucios, la masificación y, en definitiva, la evidencia de un modelo de turismo y de ciudad que, como citaba alguno de los vecinos entrevistados por los medios, estaba ‘llegando a un límite’.” (pp. 19-20).

Durante el proceso de industrialización de Puerto Rico, conocido como “operación manos a la obra”, el turismo fue un elemento secundario. El Caribe Hilton, proyecto piloto del componente turístico, se pensó como parte de una estrategia para proveer a los inversionistas y visitantes una hospedería de clase mundial. En su primera etapa se enfatizó en turismo de sol, arena y playa. El Condado e Isla Verde fueron seleccionados como zonas turísticas. En los años sesenta los publicistas de la cerveza Corona proyectaron la imagen de esta bebida popular con un personaje principal que tenía modismos y nombre pueblerino, Cantalicio. A este le acompañaban un gallego, un puertorriqueño de la diáspora—que se convertiría en el personaje de “Johnny el Men”, un joven apodado “transistorio”, porque cargaba un radio transistor y un turista americano bonachón, llamado Joe. Curiosamente, ni mujeres ni afrodescendientes aparecían en los anuncios. El turista se distinguía por el acento de su español y su atuendo inusual, pantalones cortos, cámara y un sombrero particular.

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A este turismo se fueron añadiendo el de convenciones, el de negocios y el turismo interno, iniciado con los “Paradores de Puerto Rico” en 1973. El turismo interno se popularizaría dando auge al litoral oeste desde Cabo Rojo hasta Quebradillas, denominado Porta del Sol.

En los noventa, como parte de una estrategia para mover a Puerto Rico a una economía de servicios que no dependiera de incentivos fiscales federales a la manufactura, se promovió el establecimiento de hoteles de lujo como el Ritz Carlton, Río Mar, Meliá y W, entre otros. En esta nueva etapa proliferaron lo que he llamado “las industrias del pecado”, juegos de azar, trabajo sexual, drogas, lavado de dinero, etc. (http://www.albasud.org/downloads/133.pdf)

Pero este desarrollo turístico estuvo concentrado en espacios urbanos específicos, el Condado, Isla Verde, el poblado de Boquerón y “resorts” de acceso restringido. La definición del espacio facilitó la “coexistencia pacífica” de turistas y residentes. El problema surge con el auge de un nuevo tipo de turismo que busca experimentar “autenticidad” “insertándose” en la vida cotidiana de los locales.

La respuesta de gobiernos, empresas y agencias de promoción turística ha sido la creación de “realidades artificiales”, manufacturadas para el consumo de lugares imaginados. Turistas en Brasil, Haití o Cuba se incorporan a ceremonias religiosas-artísticas de candomblé, vudú o santería. Se les lleva a mansiones esclavistas, que no muestran la realidad de los esclavos, creando realidades paralelas que simulan autenticidad.

En Puerto Rico hemos visto recientemente cómo turistas y nuevos residentes (exiliados fiscales bajo la ley 20, dueños de segundos hogares) han sido agredidos en espacios residenciales, como un supermercado en Rincón, por transgredir y desafiar los usos y costumbres de la población. El traslapo entre el espacio turístico y el espacio cotidiano de los locales crea tensiones y enfrentamientos. Las fiestas alborotosas de Airbnb’s en el Viejo San Juan tropiezan con el descanso de residentes que deben ir a sus trabajos al día siguiente. Se dice que en la Perla golpearon a una turista y profirieron epítetos xenofóbicos por andar sin mascarilla y retratar “lo que no debía”. Jóvenes estadounidenses se pelean en la Avenida Ashford, frente a lo que fue la “joya de la corona” del turismo afluente. Así como los turistas italianos pretendieron convertir la Barceloneta en villa nudista, los “gringos” convierten el Condado y el Viejo San Juan en “beach towns”.

La ciudad turística ya no tiene fronteras, la vida real y la fantasía del turista en los trópicos exuberantes confligen y chocan. La turistificación de las ciudades es un proceso conflictivo donde chocan culturas, estilos, clases, expectativas y comportamientos. Esto apenas comienza.

 

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