Mientras los partidos políticos tradicionales se implosionan ellos mismos, la vida de los pobres y sencillos continúa. Un mundo es el de las campañas políticas y redes sociales, y otro mundo es el real. En ocasiones pienso que el sufrimiento de cientos de familias boricuas es mayor que sus sentimientos de esperanza. ¡Prefiero ser optimista!
Realidad: las tormentas tropicales merodean peligrosamente nuestras costas, el COVID-19 sigue cobrando vidas inocentes, y los temblores sacuden sin piedad al sur. Esto sucediendo y el senador Eduardo Bathia “peleando” contra la pastora Wanda Rolón y su contrincante político Charlie Delgado Altieri, luego de un acto de oración en Bayamón. Y, mientras Pedro Pierluisi y la gobernadora Wanda Vázquez se atacan y contraatacan, la sequía provoca ansiedad a cientos de miles de familias al norte, y un espantoso drama social aflora cada vez más en las maltrechas calles de la ciudad de Ponce: ex confinados deambulando.
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En medio de esta vorágine de información y desinformación, ¿quién piensa en las decenas de hombres, hermanos nuestros, que a altas horas de la noche son liberados del complejo correccional Las Cucharas en Ponce sin protección alguna contra el COVID-19? ¿En donde están sus familiares y amigos? Y las iglesias, ¿qué más podríamos hacer para ayudarlos en la reinserción social?
Existen programas sociales que buscan la tan ansiada reinserción social de los ex confinados. Pero todos sabemos que no son suficientes. El papa Francisco, en su visita a la cárcel de Ciudad Juárez, México, el año 2016, expuso que la reinserción social comienza con el esfuerzo conjunto entre los organismos gubernamentales, sociales y religiosos para crear un sistema de “salud social”; es decir, “una sociedad que busque no enfermar contaminando las relaciones en el barrio, en las escuelas, en las plazas, en las calles, en los hogares y en todo el espectro social”. Un año antes, en la cárcel de Curran-Fromhold en Filadelfia, EEUU, detalló que “es penoso constatar sistemas penitenciarios que no buscan curar las llagas, sanar las heridas, ni generar nuevas oportunidades”. Por lo tanto, desde esta perspectiva doctrinal presentada por Francisco, la “salud social” no se consigue con más programas federales, sino con el trato humano y personal a cada hermano nuestro confinado ayudándoles, también, a sanar sus heridas más profundas.
Hace unos dos años un caballero recluido en una de las cárceles de Las Cucharas en Ponce me dijo: “Padre, gracias por todo lo que hace por mi barrio. Usted es mi párroco y quiero darle un abrazo. Llevo 27 años preso y le pido su bendición”. El abrazo afectuoso de ese gigantón cambió mi vida. Evidencia suficiente de que con poco dinero o ninguno, pero con mucho amor, toda vida humana pueden transformarse al instante, y todas las heridas pueden sanar para siempre.