La triste comparación que el astro boricua Ricky Martin hizo del sagrado vientre de María, la madre de Jesús, con los vientres que alquiló para poder gestar a sus hijos, han recorrido el mundo. Desde que sus expresiones fueron publicadas en un diario español el pasado 21 de junio de 2020, cientos de peticiones han llegado a mis redes sociales rogándome que le responda. “Padre, cáigale encima a Ricky para que aprenda a respetar a nuestra Madre”, lee una de ellas. Pero, no… vivo convencido que para defender “lo nuestro”, no hay que atacar a otros… sino, ¿qué diferencia habría entre Ricky Martin y los que respetamos las diferencias?
Prefiero reaccionar a sus acostumbradas provocaciones con loas al vientre de la mujer más bella de todas, a la figura enteramente humana más importante de la cristiandad; a la distinguida Señora que nunca rentaría su vientre para un capricho, sino que se donó toda entera a la voluntad natural de un Dios que es amor y salvación.
PUBLICIDAD
¡Loas al vientre de María! Porque cuando el ángel Gabriel se te presentó para proponerte colaborar en el plan salvífico del Padre, y así convertirte en la madre del hijo de Dios, dijiste que “sí”, sin recibir dinero a cambio (Lc.1,26). Sabías que la maternidad no se compraba, como se hace con cualquier objeto. La vida de cualquier ser humano es un regalo de Dios, y el dinero se deja para aquellos que, como Judas, venden su amistad con Dios.
¡Loas al vientre de María! Porque cuando diste a luz a tu hijo en un humilde portal de la ciudad de Belén, no te apartaste un instante de su lado (Lc.2,7). Sabías que tu hijo no era un mero objeto a regalar. Tu sentido común maternal conocía que los besos y arrullos de los primeros días de su vida eran cruciales para llenar el corazón de tu hijo de un amor único, incomparable: el amor de mamá.
¡Loas al vientre de María! Porque nunca renunciaste a tu derecho natural de criar a tu hijo “en sabiduría y gracia” (Lc.2,52). A Jesús no le arrebataron egoístamente la oportunidad de crecer rodeado de amor y en medio de una familia: cuidado por su asombrosa madre, y educado en la carpintería de su papá terrenal, san José.
Lo más hermoso, María, es saber que nunca pudiste “prestarle” tu sagrado vientre a Dios, porque sabías que los préstamos se hacen por un tiempo limitado. Las propuestas de Dios son como su amor, eternas. Desde que te invitaron a ser copartícipe de una obra de redención universal, la historia pasada, presente y futura te llamará, toda entera: ¡bienaventurada!