El mundo está viendo con horror e indignación todo lo que está sucediendo en los Estados Unidos. La “tierra de la libertad” está enredada en una peligrosa telaraña de discrimen, división, y desdén de su más alto liderato político hacia el caos que impera en las calles. No tengo duda de que George Floyd fue asesinado por un agente de la policía mientras otros tres observaban sin mover un dedo.
Todos merecen ser procesados por tan vil actuación. Pero no se trata sólo de Floyd. Todos los que de alguna manera sufrimos el estigma tenemos que reflexionar sobre esa rodilla que asfixió a un hombre esposado e indefenso sobre el pavimento hasta causarle la muerte. Esto aplica por igual a latinos, negros, mujeres, comunidad LGBTTQI, creyentes de cualquier denominación religiosa o aquellos que por alguna otra razón sean discriminados. Esa rodilla que impidió mortalmente el paso de oxigeno y el flujo sanguíneo representa la perversidad y el prejuicio de quienes buscan erradicar la existencia de todo aquel que no se vea de la manera en que esos círculos de poder creen que todos se deben ver.
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Nosotros, los puertorriqueños y puertorriqueñas, no podemos ver toda esta situación como algo que sucede allá y que nada tiene que ver con nosotros acá. Hoy esa rodilla acabó con un hombre afroamericano. Mañana la motivación de quién colocó todo su peso sobre el cuello de un ser humano sin mostrar una onza de piedad puede enfocarse en usted o en mi. En su hija o en mi hijo. Quizás no vaya dirigido a quitarle la vida, pero si a humillar, maltratar o coartar oportunidades de gente que busca superarse en la vida.
Esta triste coyuntura requiere que levantemos nuestras voces, cada cual desde su trinchera, para denunciar esta conducta y evitar que vuelva a suceder. ¡El silencio no es opción a la hora de luchar por una sociedad más justa y libre de prejuicios! Al Presidente Trump y a todos los que piensan como él les recuerdo las palabras de Pablo VI; “si quieres la Paz, trabaja por la Justicia”.