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Opinión de Alejandro J. Figueroa: No nos debe sorprender…

Lea la columna de opinión de Alejandro J. Figueroa

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Durante los últimos días la discusión pública tanto a nivel local como a nivel nacional ha girado en torno al vil asesinato de un ciudadano afroamericano de nombre George Floyd en la ciudad de Minneapolis, Minnesota, a manos de un grupo de policías de raza blanca. George perdió la vida el pasado 25 de mayo de 2020 mientras compraba una cajetilla de cigarrillos en una tienda local que solía frecuentar. El informe de las autoridades, incluyendo la transcripción de la llamada al 911, establece que un empleado de dicho establecimiento alertó de lo que pensó era un billete falso de $20 que había presentado Floyd para comprar los cigarrillos. En su llamada el empleado informó que le pidió a Floyd que devolviera el artículo que había adquirido, pero éste se negó a entregarla. Poco más de 15 minutos después llegaron cuatro oficiales blancos, apuntaron sus armas de reglamento y George terminó muriendo esposado tirado en el piso con uno de los oficiales colocando su rodilla sobre el cuello aún cuando Floyd insistió en innumerables ocasiones que retirara la rodilla porque no podía respirar.

El asesinato de un hombre de raza negra a manos de un grupo de policías blancos ha levantado las pasiones, que provocan los actos racistas en contra de las minorías, a nivel nacional ocasionando protestas en las grandes ciudades de la Nación Americana. Sin embargo, el tema del racismo nos podría parecer ajeno a nuestra realidad isleña y algunos hasta se sorprenden cuando se reseñan casos a nivel local. Planteados con los siguientes hechos, muchos pensarían que hablamos de un caso más de discrimen racial fuera de PR:

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Una menor y su madre son maltratadas por el director de la escuela en la cual la menor estuvo matriculada por varios años. La niña es víctima de acoso escolar y las denuncias que ella y su hermana realizan ante el director y la trabajadora social no son manejadas adecuadamente. Dos estudiantes del plantel informan que la niña -quien entonces tenía 11 años- empujó a una por el pecho y amenazó con tirarlas a ambas por la escalera. La niña y su hermana identifican a esas estudiantes como las acosadoras de la menor durante años. Tras el incidente, la menor es arrestada y enfrenta cinco cargos en el Tribunal de Menores, los cuales finalmente fueron desestimados.

En dicho caso, la víctima de acoso fue sometida a un proceso judicial acusatorio, por más de un año, como una criminal. La angustia generada por dicho proceso la llevó a pensar que sería separada de su familia e ingresada a una institución de menores. A raíz de esta situación la menor perdió varios meses de clases y su madre perdió su empleo debido a las constantes ausencias para asistir a los procedimientos en los tribunales.

Este fue el caso de la menor Yomayra Cruz Lozada, en la escuela Modesto Rivera Rivera, de Carolina. Este fue el caso en el que el Departamento de Justicia dirigido por la hoy Gobernadora Wanda Vázquez Garced sometió cargos contra una niña de raza negra por defenderse ante el atropello de compañeras que constantemente le llamaban “negra sucia”, “negra dentúa”, “pelo de calillo”, y hasta “negra asquerosa”. Nada de esto nos debe sorprender ya que en la Isla se da y se vive el racismo a diario. Lo que si nos debe sorprender es que aquellos que atropellaron a Yomayra hoy vengan a lamentar la muerte de George Floyd como consecuencia del mismo mal – el maldito racismo.

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