No cabe la menor duda de que Puerto Rico, al igual que el resto del mundo, enfrenta una de las crisis más complejas en su historia. Una crisis con dimensiones de salud, económicas, sociales, etc. para la cual no hay solución sencilla. Esta coyuntura histórica pone de relieve la importancia que tienen los procesos políticos y el deber que tenemos como ciudadanos de hacer una análisis profundo al momento de seleccionar a las personas que ponemos al mando de la Isla – personas que deben tener la capacidad de aceptar cuando se cometen errores, asumir la culpa y buscar la solución.
Ante situaciones como la que enfrentamos hoy con la pandemia del Covid-19, requerimos de líderes con mano firme en el timón, capacidad de analizar, planificar y ejecutar, y, más que nada, entereza para hacerse responsable de las consecuencias de sus actos. Reconocer la culpa en parte o en su totalidad, por acción o por omisión, lejos de ser considerado un signo de debilidad debería ser apreciado como una señal de capacidad y sabiduría, ya que lleva implícito que se sabe lo que se debe hacer para mejorar y, lo más importante, que hacerlo depende de uno mismo. Cuando se asume la culpa en parte o incluso en la totalidad, se asume también el control, la capacidad de reacción, la responsabilidad.
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Desgraciadamente, en reiteradas ocasiones durante la presente crisis hemos visto como cuando a nivel gubernamental se cometen errores que cuestan vidas, ocasionan daños emocionales, aceleran la crisis económica o, simple y sencillamente, posponen la solución definitiva a alguno de los problemas que surge como consecuencia del coronavirus, la culpa no tiene padres ni padrinos. Es una pobre huérfana de la que nadie asume su cariz.
A diario, los medios reportan el incremento en los niveles de desempleo y la demora en el procesamiento de los fondos para atender a las familias impactadas, traspiés en la activación del sistema de comedores mientras miles de familias pasan hambre, culminación temprana del semestre para una población escolar que pide a gritos que se le imparta el pan de la enseñanza; en fin, una pandemia para la que no se encarga un pedido masivo ni de pruebas ni de vacunas.
El colapso colapso del aparato gubernamental es uno del que nadie se responsabiliza. La culpa va dando tumbos. El Gobierno del Wanda Vázquez se la quita de encima y llega al absurdo de endosárselas a los contratistas gubernamentales. Cada vez que surge un problema, se le atribuye la culpa a un tercero como si el desentenderse resolviera el mismo.
Así transcurre esta cuarentena que ya sobrepasa los 60 días de cierre, con la culpa siendo expulsada allá donde busca su identidad. Tirada en la cuneta de las estadísticas que nos suplen a diario, la culpa no es capaz de hallar a la saga de los culpables. La resistencia patológica a asumir responsabilidades y reconocer fallos se propaga entre ese grupúsculo que ostenta el poder mucho más rápido que el ébola y, además, es una enfermedad más peligrosa para nuestra sociedad que el Covid-19.