El sábado nos despertó otro remesón. De esos que pensábamos como un recuerdo lejano. Y digo pensábamos porque hacerlo era cosa solo de los que miramos al Sur desde lejos. Desde la comodidad que nos da la lejanía y en medio de la distracción del virus antipático que ocupa titulares casi de manera absoluta hace ya dos meses. Para muchos la recuperación del Sur estaba encaminada. Como no pensarlo después de cientos de titulares sobre las ayudas encaminadas. Que si el Gobierno estatal designó millones para atender la emergencias. Que si FEMA estaba lista para enviar nuevas ayudas. Que si pito, que si flauta. Pero el sábado, al visitar el Sur a propósito de los nuevos temblores, la realidad nos golpeó en la cara a todos.
En el barrio Tallaboa, en Peñuelas, la gente no solo vive con miedo a nuevos remesones. Después de todo el miedo es un intangible. Ya tienen suficiente con lo que pueden tocar. ¿Su realidad? A cuatro meses de los terremotos, la idea de la reconstrucción se ha quedado en solo eso. Doña Migdalia Borrero vive con sus tres sobrinos, uno de ellos autista, en una casa marcada por una gigantesca “equis” roja. De esas que dicen que allí no se puede vivir. Pero como la ayuda de Fema nunca le llegó, allí vive, con su equis y el olvido, en el constante temor de que su casa se haga pedazos. Unas casas arriba una mujer vive “refugiada” en casa de su madre. Y como estar allí no es estar en un “refugio”, no aparece en las listas de refugiados. De esos ya no hay, dice el Estado. Pero es una ilusión. Refugiados, como ella, hay decenas. ¿La razón? El dinero prometido para demoler la casa y reconstruir otra no ha llegado a su bolsillo. Como el caso de doña Migdalia y sus vecinas hay muchos más en Peñuelas y el resto del Sur. Otros están a la espera de ayudas que no llegan desde el huracán María. Y cuando te detienes a pensarlo, te das cuenta que más allá del “blah, blah, blah”, en tres años no ha pasado nada. Que la reconstrucción es solo una ilusión que se quedó atrapada en la guerra de las culpas.
El lunes, al entrevistarla en Radio Isla 1320, la gobernadora Wanda Vázquez reconoció n la parálisis y la adjudicó a la indolencia de la Junta Fiscal. Según explicó, ese ente del Congreso de Estados Unidos que nos cuesta casi $400 millones anuales (lo mismo que se le ha recortado al presupuesto de la Universidad) no quiso aprobar el plan de $50 millones en dinero local para iniciar la reconstrucción y demolición de las casas afectadas. Pero más tarde, también en Radio Isla, el portavoz de la Junta pasó la bola a la cancha del Estado. Según explicó, si el plan no se ha aprobado es porque la Oficina de Gerencia y Presupuesto, dirigida por Iris Santos Días, no ha hecho una “solicitud formal” para la aprobación del plan. Entonces descubres que la calamidad de cientos de personas ha quedado supeditada a la entrega de un documento. ¡Un maldito papel ha evitado que inicie la reconstrucción! ¿En serio que la prioridad de la restauración de las vidas de los afectados ha quedado presa de la más absurda de las excusas burocráticas? ¿Qué sucede? ¿Qué nadie en el Gobierno Central, la Junta Fiscal y cualquiera de las capas intermedias pudo generar o exigir el vendido documento en casi cinco meses? ¿OGP lo olvidó? La Junta, organismo al que pertenecen integrantes puertorriqueños, no se percató que solo faltaba un papel y nadie pudo pedir que se entregara? Aquí, en el país donde nada pasa, ya va siendo hora de que algo pase. Resulta intolerable que la ineficiencia (o la indiferencia) monopolicen el camino a la recuperación de nuestros hermanos del Sur. Ya han esperado suficiente. Guárdense las excusas.