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Opinión de Julio Rivera Saniel: "Por cabeza ajena"

Lea la columna de opinión del periodista Julio Rivera Saniel

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En Italia, no lo tomaron en serio aquel 31 de enero en el que dos turistas chinos dieron positivo a aquella condición “exótica”: coronavirus.

Poco después, el 14 de febrero en Milán, un hombre de 38 años se unía a la lista. Una semana más tarde, el 21 de febrero, se confirmaron 16 casos positivos al virus. Al día siguiente, la cifra se duplicó y una mujer de 77 años murió. Pronto la cifra de contagios daría un salto dramático. Entre el 23 y el 25 de febrero, Italia pasaría de los 5 casos iniciales a unos 152, lo que lo convertía en el país con más contagios fuera de China y Corea.

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Pero las cifras no habían sido lo suficientemente dramáticas como para levantar la bandera de preocupación en muchos.

Aquello era solo “cosa de  viajeros” que habían pisado China. El Gobierno habló de restricción social, pero para muchos era solo una exageración.

¿Por qué no aprovechar los días libres y la mejoría en el clima para salir a las terrazas a tomar una copa o moverse a la costa? La incredulidad sirvió de gasolina al COVID-19.

Tanto que el 8 de marzo y tras la confirmación de casi 200 casos solo en la región norteña de Lombardía, las autoridades optaron por extender una cuarentena a todo el norte de ese país. Pero el resto seguía sin creer. Pensaban que aquello era “cosa del norte”. La incredulidad les jugó en contra. Dos días después, todo el país estaba en cuarentena.

Nadie podía salir a las calles, salvo casos de emergencia. Cerca de allí, en España, se miraba con indiferencia. La vida continuaba en las terrazas, con las copitas y las cervezas en ese verano anticipado que tentaba a tomar las calles. Lo de Italia era, en definitiva, cosa de italianos, o de chinos. Expertos en salubridad comenzaban a pedir la cancelación de eventos masivos, como el Mobile World Congress. Pero para el Gobierno era solo una exageración de la prensa. El secretario de Salud Pública de Cataluña, Joan Guix, lo despachó como una “epidemia mediática y de miedo” y una conspiración motivada por intereses económicos y políticos contra el evento. En fin, que el “coronavirus” era una amenaza ficticia creada solo para afectar el erario.

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Al día siguiente, en silencio, se producía la primera muerte de una persona en territorio español. Pero sería anunciada en marzo. El 23 de marzo, el epidemiólogo español Fernando Simón era contundente y reacio. “En España ni hay virus ni se está transmitiendo la enfermedad”, decía. En marzo, mientras 16 millones de almas estaban en total confinamiento social en Italia, en España seguía el discurso anclado en China, chinos e italianos como foco  de contagio. Pero al finalizar esa primera semana de marzo, la cifra de contagios se había elevado de 50 a 600 en solo días. De ese domingo al próximo, entre los tintos de verano, las rabas y el vermû, los contagios se multiplicaron por doce para alcanzar el domingo siguiente casi 8 mil positivos. Cuando comenzaron a creer, ya se les había hecho tarde.

Entonces, tocó el Caribe. El primero de marzo se reportó el primer caso en República Dominicana. Y a nivel local nos picó la mosca que ya antes había rondado a los italianos y españoles.

Salud insistía en una alerta solo para chinos o visitantes de la China. Nada para visitantes de viajes domésticos que llegaban de ciudades con casos confirmados. Nada de reducir el contacto social. Nada de vigilar fronteras aéreas y marítimas. Luego, el caos, el toque de queda y la incredulidad. La misma que le ha salido cara a España e Italia, donde las camas para atender a los enfermos no dan abastos. Mientras, nuestras fronteras continúan desatendidas. No hay equipos ni tampoco voluntad de las autoridades federales.

Y todavía hay quien, ignorando los efectos de la incredulidad en otras latitudes, piensa que el distanciamiento social es opcional.

Solo espero que a nosotros, como a aquellos, no se nos haga tarde. Dice un dicho que no se aprende por cabeza ajena.

Más vale que, en esta ocasión, sea la excepción.

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