Hoy nos parecen lejanos los tiempos en que las mujeres que luchaban por el derecho al voto eran tratadas como dementes, cuando las esposas no tenían participación en la administración de los bienes gananciales, o cuando las obreras trabajaban doce horas en condiciones de espanto para ganar una fracción de lo que cobraba un varón. Todas esas victorias se las debemos a mujeres valientes que enfrentaron desde humillaciones hasta cárcel por exigir equidad. Pero quedan aún tenebrosos resabios de desigualdad, y mucho camino por recorrer.
Vemos la discusión del Código Civil, arrastrada por más de quince años, no por diferencias en el criterio jurídico sobre derechos de propiedad o de sucesiones, sino por la empecinada voluntad de algunxs de usar el derecho para articular sus odios y prejuicios. Está el caso de Celimar Adames, cobrando apenas una tercera parte de la paga de su contraparte varón; la negativa a declarar un estado de emergencia por la violencia de género; la inexistencia de un protocolo estatal efectivo para mujeres afectadas por situaciones excepcionales, como las del huracán y los terremotos; el engavetamiento del currículo de perspectiva de género en el Departamento de Educación y el esparcimiento del odio que da lugar a crímenes como el de Alexa.
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El estado se niega a entender que aunque no estén etiquetados como asuntos de género, las medidas de austeridad lastiman con mayor intensidad a las mujeres, que, como el sector más empobrecido del país, padecen el desamparo de la educación pública, la falta de acceso a servicios de salud y el encarecimiento de la energía eléctrica.
Estamos lejos, dolorosamente lejos de la equidad. Nos falta la visibilización de las luchas que, desde tantos espacios, se han dado; la exigencia de responsabilidad a todos los que, desde el poder, son instrumentos de la promoción de la desigualdad, de todas las formas de desigualdad. El asesinato de Alexa es una acusación al país, un recordatorio de que el respeto a las identidades de género, tan esencial al sentido mismo de humanidad, tiene que ser la base sobre la cual se construya todo proyecto político y social que valga la pena. Por ahí va la ruta. Vamos a andar.