Este perro nos mordió antes. Una vez más —después de algunos años de aumento negativo— el crimen ha vuelto a ganar fuerza; particularmente, los asesinatos. Solo el pasado fin de semana se reportaron en la isla 10 muertes de este tipo, un hecho que supuso que —hasta hace unas horas— el país había acumulado 12 asesinatos más que el año anterior a la misma fecha. Y aunque nos escandalizamos con el hecho (¿cómo no hacerlo?), lo que ocurre no debe ser motivo de sorpresa. Todo acerca de esta nueva ola de violencia se había anticipado. Solo que, para ser consistente, el Gobierno se ha aferrado a la terquedad histórica que nos ha dejado sumergidos en el fango de siempre: la ineficiencia.
Cuando digo que esta nueva ola de violencia había sido anticipada, me refiero exactamente a eso. Todas las alarmas de alerta se habían activado y preferimos, una vez más, la indiferencia. Tras el paso de los huracanes Irma y María en 2017 y el recrudecimiento de la pobreza que se ha experimentado en los pasados dos años, todo apuntaba al alza en el crimen. Los sociólogos habían advertido, otra vez sin que alguien quisiera escuchar, que mayor pobreza e inequidad traerían más delitos. Para hacer el pronóstico eran suficiente el análisis de décadas de investigación social y ejemplos vivos de los efectos de la disparidad social y los problemas económicos como gasolina para el crimen. Pero no hicimos caso.
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Esos mismos expertos —los que saben del tema— habían advertido, además, que el aumento en la pobreza es siempre caldo de cultivo para que el negocio del narcotráfico gane terreno. Y eso ocurrió. Según el jefe de la Policía, Henry Escalera, el 90 % de los asesinatos en la isla son consecuencia del narco.
Entonces, ya en el 2020, en medio de un país más pobre y con menos empleos, ocurre lo anticipable. Pero —una vez más— el Gobierno recurre a lo predecible. En medio de los titulares que reseñan el aumento en los asesinatos, la respuesta oficial ha sido la misma movida poco creativa de sus sucesores: la reunión de la reunión para discutir la modificación del plan, del plan del plan que ni antes ni ahora, con total seguridad, tendrá el efecto deseado.
Hoy, una vez más, escuchamos cómo la respuesta del Estado es volver a revisar el ya revisado “plan de trabajo”. Volver a cambiar las ya cambiadas estrategias de vigilancia y patrullaje. No sorprendería volver a ver un cambio en la dirección de las áreas más impactadas por el crimen. Pero todo lo anterior, en definitiva, es solo un parcho inservible. En la práctica, la insistencia en no entender que lo que se ha hecho durante décadas para intentar frenar el crimen vinculado al narcotráfico simplemente no sirve. La necedad en aceptar que, en lugar de “revisar” las estrategias utilizadas por más de 40 años y que han sido torcidas de todas las formas posibles, ya toca admitir que la clásica guerra contra las drogas donde debe estar es en el zafacón. En medio del año electoral, ya nos tocará volvernos a enfrentar a esas promesas recicladas que nos dejan como herencia el fracaso de siempre.
A los candidatos y candidatas, ya toca proponer soluciones realmente novedosas. Quien insista en lo de siempre —más patrullas, más policías, más reuniones y más cumbres— será, indudablemente, más de lo mismo y, a fin de cuentas, cómplice.