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El foco de la violencia

“Mientras la sociedad nos lleva a valorarnos como individuos solo por las cosas que poseemos, siempre habrá quien robe, engañe, venda drogas, soborne, asesine y desaire el estudio, la solidaridad y el trabajo”.

No hay dudas de que vivimos en una sociedad convulsa que se rinde a las armas y las balas. Somos víctimas de la violencia.

A diario, la realidad nos abofetea con la imparable ola de asesinatos que toma por asalto nuestras calles, generando un clima de inseguridad y desasosiego. La situación es grave si consideramos que, al restar poco más de dos semanas para concluir el año, el número de asesinatos en la isla ronda los 600, una cifra que aumenta aceleradamente día a día, mes a mes, año tras año.

La violencia, en todas sus manifestaciones, es el peor de nuestros males sociales y, como se ha dicho en tantas ocasiones, su solución no está anclada en el aumento de penas o en el recrudecimiento del Estado policial.

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Para atajar la violencia hace falta mucho más que arrestar los sicarios, intensificar el trabajo de esclarecimiento de delitos, meterle mano al punto y encarcelar los acusados.

Abordar los problemas relacionados con el crimen requiere afinar una aguda mirada a nuestro entorno social para zurcir soluciones que rebasen los límites de la restricta visión penalista.

Comencemos estableciendo que la violencia y el crimen son el resultado de la desigualdad, no de la pobreza. Enfocar nuestra atención en señalar los sectores más empobrecidos de nuestra sociedad como “semilleros” del delito es una aproximación incorrecta que, además de estigmatizar comunidades, nos distrae del problema central.

Lejos de la pobreza, lo que determina la violencia e inseguridad en nuestras calles es la desigualdad que emana de un modelo económico, político y social que cierra oportunidades y aplasta al más débil.

Un modelo que, además, impone unas prácticas de consumo que sugieren, desde el impulso de sus campañas mercantiles, las mismas metas para todos, aunque, en la práctica, no todos pueden alcanzarlas.

Una de las grandes tragedias de nuestro sistema económico y social es que promueve y justifica el culto al materialismo, la vía fácil y el truco. Basta examinar las maniobras publicitarias que, abarrotando de pautas los medios de comunicación masivos, nos venden el camino al éxito por la ruta del consumo de objetos inservibles que, en muchos casos, hasta se estampan con rúbricas de líneas de modas falsificadas.

Y es que el mercado nos ha ido convirtiendo en una sociedad vanidosa, deslumbrada con los artículos de diseño, las marcas de lujo y los sueños de Disneylandia.

Mientras la sociedad nos lleva a valorarnos como individuos solo por las cosas que poseemos, siempre habrá quien robe, engañe, venda drogas, soborne, asesine y desaire el estudio, la solidaridad y el trabajo.

Insistimos en que los problemas de la violencia y la criminalidad que acechan a nuestra sociedad requieren una respuesta social urgente; el sistema educativo necesita una transformación radical y un liderato efectivo que fortalezca el modelo de educación pública, de calidad y accesible; mientras la Universidad de Puerto Rico urge porque se le asignen los recursos que necesita para continuar encauzando el proyecto social más importante de nuestro país.

Asimismo, el servicio público tiene que reenfocarse, recibir más atención del aparato gubernamental, lo que significa la revisión de las condiciones laborales de los empleados y un salto en la calidad de los servicios que recibe la ciudadanía.

No hay excusas para no atender la problemática social que enfrentamos. En el debate público transitan a diario propuestas innovadoras, articuladas por diversos grupos e individuos, vastos en conocimientos, y colmadas de una sensibilidad social que yacen a la espera de la voluntad del Gobierno para acogerlas e implantarlas.

Si como país nos enfocamos en atacar las brechas de la desigualdad, no hay dudas que comenzaremos a edificar un mejor futuro y, de seguro, menos violento. La experiencia histórica nos muestra que países que han trabajado para reducir la desigualdad, promoviendo una sociedad más equitativa, como Finlandia y Suiza, son también los más seguros.

No asesinemos más nuestra esperanza con soluciones fáciles que no resuelven nada. Construyamos una sociedad más justa, ataquemos la desigualdad y obtendremos mejores resultados.

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