La discusión del estatus de Puerto Rico siempre debe ocupar un lugar importante en el debate político del país, máxime cuando nos vamos acercando a un periodo eleccionario.
La razón es sencilla. Quienes piensan que la crítica situación social y económica por la que atravesamos puede resolverse a espaldas de la solución del estatus se equivocan.
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Esto no quiere decir que, en consecuencia, si se definiera el estatus de la isla, todos los problemas desaparecerán, pero de lo que sí podemos estar seguros es de que nuestra condición política actual, siendo uno de los últimos reductos coloniales del mundo, se presenta como un obstáculo al desarrollo por su limitado alcance de poderes.
La colonia nos mantiene detenidos en el tiempo. La ausencia de poder para delinear nuestro futuro, en el contexto de un nuevo escenario económico global, nos imposibilita elevar nuestra competitividad y, a su vez, insertarnos como actores relevantes en la discusión de tratados comerciales con otros países.
Poco nos sirve, bajo un sistema colonial caduco y desprestigiado, como ocurre con el Estado Libre Asociado (ELA), transitar por naciones hermanas del entorno latinoamericano y del resto del mundo si, al final, nos vemos limitados de entrar en negociaciones serias y provechosas para el futuro de la patria porque, en pleno siglo XXI, seguimos siendo un país sometido a los designios de otro.
El reto que nos impone la historia es avanzar en la solución del estatus político de la isla encaminándonos hacia fórmulas verdaderamente descolonizadoras, que nos permitan construir un nuevo proyecto de país capaz de enfrentar de forma eficaz nuestros grandes desafíos.
Hay que dejar atrás el miedo y la indefinición. Por eso, saber que al filo de comenzar la segunda década de este nuevo siglo hay quienes todavía se ufanan en defender el estatus colonial, que es lo mismo que decir el desgastado ELA, es el más vil de los absurdos, además de un retroceso histórico.
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Hay que erradicar la colonia, así de simple. Pensar lo contrario es preservar la enervada idea de que somos incapaces de trazar nuestro destino, una percepción errada y tullida que solo permea en la incauta mentalidad de quienes no son aptos para caminar por sus propios sus pies.
La época de la colonia y los colonialistas llegó a su fin. La indefinición de nuestro estatus político no puede posponerse más porque, en la espera, aumentan los problemas de dependencia y marginación social que se derivan de una economía en recesión y sometida que no es capaz de trazar estrategias de desarrollo fuera de la autoridad de la metrópoli. Y lo que es peor, una economía y un país que actualmente operan bajo los designios de una Junta de Control Fiscal impuesta por el Gobierno estadounidense.
Ante ese escenario, el reto principal está lanzado hacia el Partido Popular Democrático. Esa longeva colectividad aún tiene entre sus líderes personalidades estancadas en el andamiaje colonial que se escurren en una oscura madriguera para evadir la discusión sustantiva del principal problema de Puerto Rico: el estatus.
En ese contexto, es patética la protección al ELA que esgrimen algunos de sus candidatos a puestos electivos, como ocurre con dos de sus aspirantes a la posición de comisionado residente, Juan Carlos Albors y Rafael Nadal Power. Lo mismo pasa con la defensa acérrima a la inmovilidad que promueve y defiende su precandidato a la gobernación Eduardo Bhatia.
En los últimos días los hemos escuchado menospreciar la discusión sobre el destino político del país alegando que su prioridad es “resolver” los factores que inciden en nuestra triste descomposición social. Obvian, por conciencia o ingenuidad, que es poco lo que puede resultar de un Gobierno que no es capaz de decidir su destino.
Triste es el caso de los que se conforman con caminar postrados a la autoridad de quienes no nos quieren bien, y que anteponen el futuro de los puertorriqueños a sórdidos intereses personales, proselitistas y electoreros. Peor aún, resulta infausta su ambigua oscilación ideológica cuando intentan justificar su inmovilismo.
No puede haber dudas de que el reto del país está en comenzar a trabajar en la solución al dilema colonial para propiciar un espacio de discusión y concertación social que nos permita definir el rumbo de nuestra historia sobre fórmulas políticas no territoriales.
Sabemos que lo que existe no funciona. Es tiempo de atreverse al cambio.