Puerto Rico es un pueblo indudablemente mestizo. Desde grados primarios se nos inculca, así como mantra, eso de que somos el resultado de la interacción de “tres razas” y que a ellas debemos nuestra identidad cultural.
Sin embargo, la verdad sea dicha, en la práctica se ignora con una frecuencia pasmosa la realidad de que Puerto Rico es una nación afrodescendiente. Porque no basta con decir en los libros de texto que somos una nación mestiza con un importante componente negro, sino que esa realidad y el aprecio por esa raíz negra debe manifestarse desde el respeto y la representatividad. En lo que respecta a los partidos políticos y el Gobierno, ya va siendo hora de que la representatividad no sea la excepción, sino la norma.
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Sí, es cierto. El mundo de la política partidista ha contado con importantes figuras evidentemente negras. José Celso Barbosa para el movimiento estadoísta, o Ernesto Ramos Antonini, en el caso del Partido Popular, por mencionar algunos de los más relevantes. En tiempos más recientes, otros puertorriqueños negros han accedido a posiciones electivas (María Milagros Charbonier) y otros han ocupado posiciones de amplia visibilidad desde el gabinete Institucional (Víctor Rivera, exsecretario del Trabajo). Sin embargo, es más que elocuente el hecho de que los puertorriqueños negros o negras en posiciones destacadas han sido una evidente minoría en un país donde que la población afrodescendiente no se limita a unos pocos miles.
Diga lo que diga el censo.
Por ello, lograr que la maquinaria de los partidos políticos y, a fin de cuenta, los gobernantes electos, tomen en serio el tema de la representatividad no es cosa pequeña.
La importancia de verse representado es subestimada, Sobre todo para quienes “verse representado” es la norma. Esa representatividad de la que hablo es esencial para romper los discursos que dejan relegados a grupos diversos a la categoría de la “otredad”. Ha pasado y pasa con las mujeres. Ha pasado y sigue pasando con los negros. Aunque el discurso oficial descarta el racismo como un problema que se debe atender, los negros quedamos constantemente relegados al papel de la “excepción”, lo “folklórico”, lo “distinto” o lo “insuficiente” en el imaginario social. Es mismo imaginario que se canta “no racista”.
Hace más de 10 años, un legislador, cuyo nombre no recuerdo, soltaba con total tranquilidad su idea para la “utilización” de niños negros con el fin de entrenarlos para fines deportivos. Una afirmación que partía de esa máxima enraizada en el imaginario local que relaciona lo negro exclusivamente con lo “deportivo”; pocas veces, con lo intelectual o lo científico.
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Solo reconociendo la existencia de discursos y exclusiones racistas es posible elaborar planes para combatir esos discursos y exclusiones.
Por eso, a las puertas de un nuevo periodo de radicación de candidaturas y en medio de ese discurso que parece partir de la premisa de que el verano nos cambió a todos, toca a los organismos oficiales no solo buscar una oferta de más y mejores candidatos, sino también que esos candidatos representen los rostros de todos y todas nosotros. Ignorar la falta de representatividad es perpetuar modelos excluyentes. Los mismos que traen como resultado una preocupante relación entre raza y desigualdad, raza y acceso a la educación o raza y pobreza.
Ya sabemos cómo combatir esos modelos. Ahora toca dar un paso al frente.