En diciembre de este año comienza la radicación de candidaturas de cara a las elecciones de 2020, proceso mediante el cual se pone en marcha la elección de aquellos que dirigirán los destinos de nuestra isla. En ese proceso cada actor debe estar en posición para desempeñar lo mejor posible su papel, el principal siendo el de los ciudadanos, quienes tenemos la responsabilidad de elegir a quien consideremos tienen mejores virtudes para representarnos.
Elegir implica la responsabilidad de conocer a los candidatos y sus propuestas, y decidirse por aquel que garantice, en la mejor medida posible, la vida que deseamos para nuestro pueblo, el que realmente demuestre que es capaz de trabajar a favor de este. La decisión no es sencilla y debe tomarse con cautela; sin embargo, confío en que el tiempo ha dado ciertas lecciones a nuestro pueblo que le permitirán hacer la elección correcta.
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Propongo que en 2020 los puertorriqueños elijan al gobernante que acredite ser una persona leal, capaz y justa, cualidades que no puede fabricar campaña publicitaria alguna.
La lealtad representa el compromiso que se tiene con el pueblo al que se pertenece, la capacidad se demuestra presentando soluciones reales y prácticas a los problemas que nos aquejan. Por ello, quien aspire a gobernar tiene que contar con una trayectoria probada que cuente con resultados concretos. Finalmente, la justicia es una virtud que exige equidad y respeto a todos los representados.
Dirigir los destinos de la patria requiere una formación sólida, una preparación permanente, un trabajo tenaz y honesto al servicio de todos. Ser político exige templanza, pues el equilibrio es una cualidad con la que se demuestra la sobriedad y la moderación de carácter; un político no puede perder el control ni reaccionar de manera destemplada mostrando ser visceral, inmaduro y poco tolerante. Ante todo, las cualidades de un buen gobernante se pueden concretar en una palabra: ÉTICA, y esta implica acción, pues el que representa a su pueblo tiene que trabajar incansablemente para convertir en realidad lo prometido, de forma que pueda refrendar la confianza recibida y honrar así la representación alcanzada.