Seamos honestos. La fiebre de la acusación que se desata en Washington no se trata por completo de la llamada telefónica que el presidente Trump hizo al presidente ucraniano Volodímir Zelensky.
Se trata de Brett Kavanaugh. Se trata de Rusia y el informe Mueller. Se trata de Stormy Daniels. Se trata de los tan comentados tuits. Se trata de Jared e Ivanka. Se trata de emolumentos y las rondas de golf en Mara Lago. Se trata de la noche de las elecciones de 2016. Y se trata de una válvula de escape de presión necesaria para los demócratas.
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Desde el comienzo de la administración Trump, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, ha estado evitando las llamadas para acusarlo. El clamor comenzó en la franja izquierda y rápidamente se abrió camino hacia su círculo íntimo, con los presidentes de los comités y sus amigos cercanos abrazando públicamente el juicio político después de los midterms de 2018.
El fiasco de Ucrania parecía proporcionar la válvula de alivio que Pelosi buscaba hace tiempo. Pero ¿lo hace? Existe, por supuesto, la posibilidad de que aparezca más información que evidencie las movidas impropias de Trump con el presidente con Ucrania. En ausencia de eso, sin embargo, no apostaría a un cambio radical en la actitud del electorado hacia la destitución. Como el analista político Charlie Cook tuiteó: “La transcripción me decepcionó totalmente. Después de tanto que se comentó, no fue mucho más inapropiado … de lo que escuchamos de él en una semana típica. Esto no moverá a los votantes maleables”.
Sin embargo, de alguna manera, este furor por dar paso al juicio político ha satisfecho profundamente a los partidarios de ambos lados de la división de Trump.
Para los republicanos, que estaban más unidos y felices cuando luchaban en la batalla exitosa por la confirmación del juez de la Corte Suprema Brett M. Kavanaugh, el juicio político ofrece una nueva oportunidad de consolidar el ala conservadora y luchar contra los demócratas sedientos de sangre que han intentado deslegitimar a un presidente republicano debidamente elegido.
Para los demócratas, perpetuamente unidos en su odio a Trump, incluso cuando enfrentan profundas divisiones sobre la dirección ideológica de su partido, Pelosi les dio lo que tanto pedían. Al fin, quienes se han convencido de que Trump robó las elecciones y, tras, dos escaños en la Corte Suprema, tienen la oportunidad del desquite.
¿Dónde termina todo? ¿Quién sabe? Pero para la mayoría de los estadounidenses que intentan seguir este circo en rápido movimiento, sospecho que la pregunta central que tienen es: ¿pasa algún tiempo preocupándose por mí alguno de estos políticos ?