El sábado, mi visita a una urbanización de Bayamón para dar seguimiento a una historia viral sobre unos perros arrojados a una quebrada, estaba a punto de revelarme una tragedia aún mayor. Claro que el maltrato animal es repudiable. Sin duda lo es. Pero en este caso, ese maltrato animal era apenas la evidente consecuencia del maltrato al que han sido expuestas tres personas con discapacidad. El sábado la comunidad denunciaba ante las cámaras de Noticentro que en esa casa, desde donde se arrojaron los perros en cuestión, vivían tres adultos. Y eso de “vivir” era, en su caso, una sobreestimación. El lunes lo confirmamos. Iris y Agustín, evidentemente confundidos, desnutridos y sin emitir palabra, salieron de su casa custodiada por 16 perros, igualmente malnutridos. Después de todo, no puede ofrecer comida a sus mascotas quien no tiene para poner comida en su propio plato.
La pareja de hermanos no emitió palabra. El tercer adulto no se encontraba en la residencia. Desde su silencio Sol soltó una que otra sonrisa. Como aquel que no es consciente de que su realidad es inmerecida. Afuera, se les ofreció agua; fría. Sus reacciones dejaban claro que se trataba de un lujo poco frecuente. Una, tras otra, tras otra, la pareja se tomó 6 botellas de agua mientras personal de diversas agencias de Gobierno limpiaban sus pies, llenos de excremento. Dentro, más excremento, orín y basura cubrían el suelo de cada esquina de la casa. Y en medio del comedor un perro muerto con evidentes signos de malnutrición.
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Hacía años que no me enfrentaba a una escena con esas características pero, luego de pensarlo dos veces, concluí que de seguro se trataba de una estampa más frecuente de lo que estamos dispuestos a admitir.
De fondo varios problemas. El primero, la probable irresponsabilidad de los familiares que -aun siendo custodios de los ingresos de éstos- no hicieron lo necesario para garantizarles su seguridad. El segundo, la incapacidad de las agencias de Gobierno de identificar de manera efectiva estos casos, atenderlos de manera expedita y darles el seguimiento que garantice la conclusión esperada. Los vecinos ya se habían cansado de denunciar el asunto. Insistieron en que se habían querellado durante años a diversas agencias, pero el Departamento de la Familia no encontraba rastros de esos alegatos en sus archivos. ASSMCA y Salud también estaban llamados a intervenir. Pero no lo hicieron antes de la denuncia hecha ante nuestras cámaras. Según sus portavoces, el asunto -evidente para los vecinos o cualquiera que pasara frente a la casa descuidada, sucia y maloliente- nunca había sido llevado ante su atención.
En esta etapa resulta preciso preguntar, ¿por qué? ¿Se comunican entre sí las agencias una vez determinan que no ellas, sino otra, debe intervenir en los casos que llegan a su atención? ¿Resulta preciso, acaso, revisar protocolos o asignar mayores recursos a agencias como Familia que han visto recortes presupuestarios durante más de una década? La verdad que no lo sé. De lo que no tengo dudas es que cada caso de este tipo desatendido es una culpa que no podemos permitirnos cargar.