Luego de la invasión alemana de Francia durante la Segunda Guerra Mundial, se estableció un Gobierno francés que colaboró activamente con el régimen Nazi y sus atrocidades. La capital de ese Estado, trasladada de París a Vichy, se convertiría para siempre en símbolo de colaboración con el enemigo. Así mismo, la historia de nuestro país acotará la actitud de servilismo, colaboracionismo y apología de Jenniffer González respecto a su jefe político, Donald Trump.
No es para menos. Al igual que al Gobierno Vichy, a Jenniffer la debe motivar un odio profundo y quizá inexplorado a lo que es: una puertorriqueña. La última persona que demostró tal desprecio hacia su propio país, su compañero de papeleta, Ricardo Rosselló, fue sacado de La Fortaleza con la fuerza implacable de nuestra indignación colectiva. Debe ser ese también el destino de la comisionada residente.
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Las expresiones de Rosselló y sus acólitos nos eran desconocidas. Solo pudimos ver su depravación cuando se hizo pública la transcripción del chat. Sin embargo, las opiniones de Trump sobre el pueblo puertorriqueño son notorias, pues se publican en su cuenta de Twitter, y no en un chat entre él y sus amiguitos.
De ahí que Jenniffer, lejos de reírle las gracias y continuar como miembro de su comité de campaña, debería repudiar activamente los insultos del presidente de Estados Unidos hacia la gente que ella dice representar en el Congreso. ¿Qué tiene que perder? Ya es evidente que su estrategia no ha funcionado; la ayuda prometida, y que se usaba como justificación para tratarlo con guantes de seda, no ha llegado ni llegará mientras Trump sea presidente.
Ahí radica el problema: que la colaboración de Jenniffer con el racista de Trump no responde a propósito político alguno, por torcida que pudiera ser esa lógica. En su fuero interior, Jenniffer coincide con Trump: somos corruptos, malagradecidos, changos, le hemos costado demasiado al erario estadounidense y, como implicara esta semana, nos encanta que lleguen tormentas catastróficas a nuestras costas para seguir chupando de la teta federal.
En fin, que nos merecemos que Trump, “lo mejor que le ha pasado a Puerto Rico”, nos tire con papel toalla. Y si no sacamos del panorama político a quien prefiere un selfi con el presidente a defender a su gente, quizá tenga razón.