A pesar de la crisis constitucional que vivimos durante las pasadas semanas y los cambios en la gobernación que produjeron tres gobernadores en menos de una semana, en Puerto Rico no podemos sustraernos de hablar del tema de la corrupción. De hecho, insisto en que es la corrupción rampante la que ha generado el disgusto en la mayoría de los puertorriqueños y, a su vez, a dado pie a la revuelta social que hemos vivido durante todo el mes de julio y esta primera semana de agosto.
La corrupción es un problema que ha generado distorsión y molestia en todos los ámbitos de la vida en sociedad. Esta distorsión afecta a las políticas públicas, generando procesos de descomposición social, política y económica. La corrupción es el abuso del poder para el beneficio propio o de grupos reducidos en perjuicio de los demás.
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Otro concepto sería la utilización de las funciones o medios de los que posee una persona —o grupo— para su provecho, muchas veces exuberante.
El tema es complejo por la cantidad de modalidades que puede presentar: tráfico de influencias, contrabando, soborno, el uso privado de bienes públicos, la persecución y el castigo al inocente, y el premio a quien no lo merece, entre otros. La corrupción es y, debería considerarse alarmante porque representa la destrucción de la vida institucional, el desprecio por la legalidad y el triunfo de la ilegitimidad. Un Gobierno y una sociedad corruptos no pueden aspirar a ser otra cosa más que un conjunto en putrefacción.
El concepto principal y sus consecuencias queda ilustrado con una metáfora sencilla: “La situación asemejaría la de unas polillas devorando una embarcación en medio del océano: cada uno de los insectos se beneficia hasta que la nave colapsa, y la totalidad de las polillas muere ahogada”. José Octavio López Presca (1998).
Ahora bien, ¿qué podemos decir sobre la corrupción en Puerto Rico? Sabemos que la lista de casos de corrupción es enorme. No ocuparé líneas en mencionarlos porque, seguramente, el lector recordará muchos. Pero, sí podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la corrupción se ha convertido en gran riqueza de pocos, conservación de los puestos e intereses de algunos que protegen a los primeros.
Es hora de atender este mal canceroso que carcome nuestra sociedad y nuestra estructura de gobierno. Es hora de que entendamos que hasta tanto no se atienda este mal y se extirpe de raíz, no lograremos restablecer la confianza de nuestra gente en sus funcionarios públicos y en su Gobierno.