Al filo de la medianoche del miércoles se dio la dimisión del primer mandatario a escasamente 30 meses de haber juramentado. Su renuncia causó revuelo tanto entre los que vivimos en la isla como en aquellos que aún viven en el exterior. Unas 12 horas luego de producirse el anuncio me siento a escribir y lo único que me viene a la mente es la pregunta obligada: ¿Y ahora, qué?
Para contestar la pregunta sugiero ir a lo que, a mi entender, fue la génesis del furor que desembocó en manifestaciones y finalmente terminó con la administración Rosselló –el mal de la CORRUPCIÓN. Y es que tanto las investigaciones federales en curso y los arrestos recientes, como el tan comentado chat, revelaron que mientras unos pocos saquean las arcas gubernamentales, la mayoría permanecíamos adormecidos por la cotidianeidad del pillaje. Habiéndose desvanecido como por arte de magia el embrujo que nos tenía ensimismados, habiendo salido a la calle a demostrar que la mayoría no permitiría que Puerto Rico siguiera ese rumbo y tras lograr el cometido, ¿qué debemos hacer ahora?
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Primeramente, me parece que hay que asegurarse de que todos los asuntos gubernamentales en los cuales existen visos de corrupción tienen que ser investigados de forma tal que al pueblo le conste que ese cáncer se extirpa.
Segundo, debemos tener en mente que los trabajos de reconstrucción pos-María aún están en una etapa inicial, que la gran mayoría de los dineros aún no han sido desembolsados y que el futuro económico y social de la isla depende en gran parte de que estas obras puedan concretarse. Por ende, el enfoque principal de los funcionarios debe ser la ejecución del plan de reconstrucción.
Tercero, tenemos que hacer un trabajo titánico en Washington para reestablecer la confianza del gobierno federal en el gobierno local para que el lastre de la corrupción no limite los fondos asignados a Puerto Rico ni ocasione demoras innecesarias en el desembolso.
Por ultimo, pero no menos importante, hay que buscar la forma de que lo que ocurrió en esta jornada de 12 días quede grabado en la memoria de nuestro pueblo, de forma tal que cuando salgamos a las urnas recordemos qué fue lo que produjo la crisis, el coraje y la rabia de nuestra gente. Solo de esta manera lograremos que la mayoría de nuestros conciudadanos participe en las elecciones y, mediante el derecho sagrado del voto, elijan a personas con la capacidad, experiencia y probidad moral para dirigir los destinos de nuestra isla.