Las últimas semanas han sido intensas. Extenuantes. Cargadas de ese cansancio que se mezcla con la rabia, el bochorno y, en algunos casos, la sorpresa.
Para los obreros de la información, este proceso deja importantes lecciones. La principal: que el ejercicio de informar no debe ser tomado de manera liviana. Nos recuerda la necesidad de un periodismo responsable, comprometido con la verdad y el país. No solo con “los números” y “la audiencia” y “los clics”, sino principalmente con el país.
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Pero hay más. Para muchos, lo descubierto en el nefasto chat ha sido la confirmación de sus peores sospechas. Esas que hacían asomarse la certeza de que el poder, en ocasiones, corrompe. Que en las manos equivocadas puede convertirse en un arma de opresión; en licencia para el comentario hiriente, la falta de respeto y la burla gratuita que se lanza con libertad porque se piensa “secreta”. Olvidan que esa libertad revela la verdadera naturaleza de sus intenciones y prejuicios. Lo dicho en secreto, aun cuando permanezca oculto, nos desnuda de pies a cabeza.
Pero no solo es eso lo que revelan las más de 800 páginas de ese chat. También retratan la estrategia de “destruir al emisario” cuando el mensaje no conviene. La componenda para destruir reputaciones. La manipulación, incluso, del aliado político incondicional. Ese que nunca dice “no” porque es fiel, pero que no sabe que es usado como marioneta. Ese que no es capaz de desvincularse de lo incorrecto porque, en su naturaleza, pesa más la fidelidad partidista que la pulcritud moral o la conciencia. Si usted es de esos —de todos los partidos— que responden al llamado de ataque sin pensar, por estricta disciplina, sepa que es utilizado como tonto útil.
Pero las lecciones no terminan ahí. Las principales deben ser para esos que pensaban que nos engañaban. Que ocultaban con sus sonrisas la verdad de sus intenciones. Que tenían por costumbre arroparse con el poder para vapulear, manipular y abusar. El disfraz nunca fue útil a sus intenciones. Nunca nos engañaron. El sayo, a quien le quepa.