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Las verdades de After María

Lea la opinión del periodista Julio Rivera Saniel

La controversia estaba servida con el documental After María. Ese trabajo publicado en la plataforma Netflix ha dejado a muchos con mal sabor de boca. Sobre el desempeño técnico y la realización habrá miles de lecturas. Sin embargo, luego de ver el trabajo, debo confesar que me parece que las críticas en torno a las historias que nos cuenta son inmerecidas. Sí. After María pudo haber contado otras historias: la del desastre, la de la recuperación a medias, la de la ineficiencia del Gobierno federal, la de la indiferencia de Casa Blanca. Pero los realizadores quisieron contarnos otra. Distinta, pero igualmente válida. Sobre los protagonistas del documental he escuchado desde críticas hasta burlas. Pero ello solo puede entenderse en el contexto de quien no quiere reconocer la veracidad de la imagen que ve ante el espejo. Los rostros de After María no son representativos de la realidad de todos nosotros. Pero indudablemente sí lo son de muchos de los nuestros. Al mirarlos con detenimiento podremos descubrir más de una verdad. Aunque sea mejor mirar en otra dirección.

El primero de los hechos es que miles de hermanos fueron trasladados a Estados Unidos por FEMA. Y aunque hubo un boleto de “ida”, para muchos no estaba claro que no lo habría de regreso. De esa forma, según números de una de las organizaciones que trabajó con nuestros compatriotas refugiados en Nueva York, Hurricane Service Center, al comienzo de 2018 había 1, 762 puertorriqueños refugiados en esa ciudad que habían buscado ayuda de instituciones como esa. Muchos —como los protagonistas de After María— lo habían perdido todo en la isla. Habían sido ubicados en hoteles, pero en verano de ese año sin la posibilidad de quedarse en esas hospederías y sin boleto de regreso,  muchos fueron a parar a refugios en los que compartían espacio con personas sin hogar. Otros encontraron empleos y, con ello, alguna vivienda de interés social.

After María también nos recuerda que para los nuestros, al igual que para miles de hermanos de otros países, mudarse a los Estados  Unidos sin empleo o la preparación académica necesaria para conseguir un buen trabajo es un proceso migratorio traumático. Sí, viajamos con la ventaja de la ciudadanía estadounidense. No, no escapamos al estigma de quien nos ve de manera distinta por venir de un lugar distinto. El caso de la niña de 11 años que nos presenta el documental lo deja clarísimo. “No me quiere ir a la escuela” dice una adulta de su familia. “Es la primera vez que me hacen bullying”, cuenta la niña. “No se llevan conmigo porque soy de otro lugar”, explica ante las cámaras. Sí, son inmigrantes. Son refugiados.

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After María también nos confirma que muchos de los nuestros que emigraron —como miles de puertorriqueños en la isla— no dominan el inglés. Y no hacerlo es una carga pesada a la hora de integrarse a la fuerza laboral de ese país. La historia nos deja claro que muchos de los que se marcharon —contrario a lo que algunos puedan pensar— no llegaron a querer “vivir del cuento”. El documental nos relata cómo salen semanalmente a buscar empleo. Pero los trabajos o no llegan o no son lo suficientemente remunerados como para encarar los altos costos de vivienda en una ciudad como esa. También nos cuenta que, en esta ocasión, contrario a otros desastres, FEMA no ayudó a miles de afectados a conseguir vivienda permanente.

Otros que han visto la historia se quejan de que quienes aparecen caminando aquellas calles, bailando y sonriendo orgullosamente ataviados con nuestra bandera “no nos representan”. Olvidamos que esos rostros son los hijos de aquella primera gran migración en la que miles de hijos de esta tierra se vieron obligados a salir de su isla a buscar las oportunidades que aquí les era imposible conseguir. Los del documental son los hijos de aquellos que se fueron con el sueño del regreso. Son sus hijos y nietos.

Mirarse en el espejo es doloroso. Pero no existe mejor manera para comenzar a reconocernos.

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