Hay una frase célebre que explica que “dice mucho lo que no se dice cuando se quiere decir, que todo aquello que se dice porque es lo que se puede decir”. Los comentarios públicos del fiscal especial Robert S. Mueller III en la tarde de ayer son vivo ejemplo de lo que pretende explicar dicha frase.
Mueller III emitió sus primeros comentarios públicos sobre su informe sobre la intromisión rusa en las elecciones presidenciales de 2016 el miércoles en la mañana. Si Mueller se mantiene firme en su posición, estos también serán sus únicos comentarios públicos sobre el asunto. Y es que, como parte de sus comentarios, este le envió un mensaje al Congreso para que, sencillamente, no se molestaran en citarlo a declarar, ya que se ha comprometió a no decir nada que no esté en el informe escrito que entregó al Departamento de Justicia.
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De hecho, sus comentarios del miércoles revelaron poco o nada. Los demócratas, que esperan ansiosos que, como parte de sus comentarios, Muller diera alguna señal de que cree que el presidente Trump obstruyó la justicia, solo obtuvieron un muy leve indicio, en la larga explicación de Mueller, de por qué el informe no llegó a ninguna conclusión sobre el tema. Por razones constitucionales, explicó Mueller, los reglamentos que por años han regido el manejo de este tipo de asunto en el Departamento de Justicia prohíben a los fiscales de carrera y a los fiscales especiales obtener acusaciones contra presidentes en funciones. Pero también repitió un punto hecho en su informe, que es que si la evidencia mostrara que Trump no había obstruido la justicia, el informe lo diría. Y no fue así.
Aquel que estuviese buscando algo de que agarrarse entre los comentarios de Mueller, muy probablemente lo encontró en ese comentario; no sobre lo que dice el informe, sino sobre lo que no dice. Y lo que no dice el informe apunta en una sola dirección.
En contraste con las declaraciones públicas del secretario de Justicia William Barr, Mueller emitió sus comentarios en un tono sosegado y con la convicción de aquel que termina su faena con la satisfacción del deber cumplido. En pocas palabras: aquello que no incluye su informe es lo más revelador.
Más allá de esto Mueller dejó claro a los televidentes que la evidencia recopilada como parte de la pesquisa revela que una potencia extranjera hostil (Rusia) hizo todo lo imaginable para tratar de influenciar los resultados las elecciones de 2016 a favor de Trump. Para Mueller, más allá de la clara obstrucción a la justicia, que no pudo señalar en su informe, eso es un asunto apremiante en lo que Washington debería centrarse.
Tiene razón al respecto, y la realidad es que atender la interferencia de Rusia en las elecciones de Estados Unidos no impide el que se atienda debidamente la obstrucción presidencial de la justicia. Los dos volúmenes del informe de Mueller —uno sobre los intentos de Rusia de alterar el resultado de la elección y de ganarse el favor de los representantes de la campaña de Trump, otro sobre si alguien intentó obstruir la investigación— son dos historias independientes que se han estado filtrando durante dos años. Ambos merecen más atención por parte del Congreso.
Al hablar en detalle sobre la evidencia de la intervención rusa, Mueller puso punto final a ese capítulo de su investigación instando a los congresistas a tomar cartas en el asunto. Al declarar que no revelaría más, ni al Congreso ni a nadie más, acerca de las pruebas recopiladas y el análisis realizado sobre los alegatos de obstrucción de la justicia, dejó la otra línea de la historia enloquecedoramente inconclusa, pero, a su vez, llevó a que cada cual llegara a su propia conclusión. Nuevamente, dice mucho lo que no se dice cuando se quiere decir, que todo aquello que se dice porque es lo que se puede decir.