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¿19 y 13 años? Novios no: Victimario y víctima

Lea la opinión del periodista Julio Rivera Saniel

La noticia nos escandalizó. Una adolescente de 13 años había resultado con quemaduras en el 90 por ciento de su cuerpo cuando un joven de 19 años entró en su casa, la roció con gasolina y le prendió fuego. Poco después, descubriríamos que para el entorno de los protagonistas de esta historia, la adolescente de 13 años y el joven de 19 eran “pareja”. “Novios” afirmaban vecinos fuera de cámara. Así que el asunto, decían, era un problema de pareja que había concluido con una agresión. El fin de semana, la jovencita, que apenas se inauguraba como adolescente, murió a causa de las quemaduras.

Pero para mí, la historia de la “pareja” no encajaba. ¿Acaso podían considerarse “novios” un adulto de 19 años y una niña de 13? ¿Nos es acaso posible que una “relación” de ese tipo —consentida o no por los padres de la menor— pueda culminar con en delito de violación técnica? Para mí resultaba insólita la tranquilidad con la que el entorno de esa niña daba luz verde a la idea de una relación de ese tipo. Un vínculo que inició, según informes, desde que la niña tenía 12 años y él 18.  Y que, de paso, el asunto contara con la “bendición” de la madre de la niña. Para mí estaba claro que si un hombre de 18 años le hace acercamientos “románticos” a una niña de 12, tal caso se trata de una relación no solo inadecuada, sino que resulta impropio calificarla de “noviazgo”. En su lugar, me parece, resultaría más adecuado evaluarla en el contexto de “victimario” y “víctima”.

Sin embargo, para la familia y el entorno de esta niña hoy muerta, no existía tal conflicto. El noviazgo con protagonistas con esas características era posible con permiso. No pretendo juzgar a quien lo concedió. De seguro lo hizo partiendo de la lógica que su entorno familiar había aplicado para otros casos. Pero este caso nos deja claro que, aunque son los padres los llamados a decidir las condiciones de la crianza y a inculcar la escala de valores de su preferencia a su descendencia, lo cierto es que tanto la comunidad como las autoridades deben intervenir para proteger a los menores en casos en los que sus vidas y su dignidad sean puestos en peligro por aquellos llamados a protegerlos. Resulta que la adultez y la paternidad no son garantía de la posesión de las herramientas adecuadas para la delicada responsabilidad de formar la vida de otros. “It takes a tribe”, dice un dicho en inglés que describe la crianza y la formación de los menores como un esfuerzo colectivo. Totalmente acertado. ¿Qué diferencia habría supuesto en este caso una llamada a las autoridades para reportar esta “relación”? La deferencia nunca es la respuesta correcta cuando se está en presencia de lo incorrecto.

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