Agraciadamente, no vimos ayer las desagradables y reprochables imágenes de violencia en la Milla de Oro luego de las manifestaciones del Primero de Mayo, convocadas por distintas organizaciones sindicales. Según hemos criticado anteriormente ese comportamiento violento, en esta ocasión, merece felicitar a los asistentes por respetar los perímetros establecidos por las autoridades, a pesar de que algunos discursos parecieron incitar a que se hiciera lo que se viniera en gana, y aunque en algunos casos se intentó, no se logró.
Las vías públicas son reguladas por el Estado y, aunque hay derecho a transitar, caminar o marchar, en una sociedad de ley y orden, o sea, civilizada, no puede ser algarete, “por donde me dé la gana, como y cuando me dé la gana”. Hay diversos elementos para regular y coordinar, ya sea por seguridad, logística o cualquier otro aspecto, el uso de las vías públicas, pero este no es el tema principal de este escrito.
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Contrario a años anteriores, las manifestaciones de ayer fueron de poca asistencia y, a mi juicio, eso tiene una razón: la violencia y el intento de algunos grupos de comportarse como si esto fuera una anarquía. De los últimos tres años, la manifestación del Primero de Mayo de 2017 fue sumamente concurrida. Todo transcurrió en relativo orden. Una vez concluida las manifestaciones oficiales, un grupito de encapuchados intentó establecer una anarquía destruyendo propiedad privada, rompiendo cristales, cayéndoles a batazos a vehículos privados, vandalizando y quemando gomas en el medio de la Muñoz Rivera. Fue cuando arrestaron a una joven intentando encender lo que parecía una bomba dentro del Banco Popular de Puerto Rico en la Milla de Oro. La muchachita está encarcelada.
Al día siguiente, la opinión pública se volcó en contra de esos manifestantes. Los líderes sindicales no sabían cómo meterle mano a ese tostón porque no querían “quemarse” con esos delincuentes que los apoyan en sus llamados a manifestarse, pero al mismo tiempo sabían que no había formas de defenderlos. Trataron de zapatearse indicando que los eventos ocurrieron después que culminada la manifestación inicial, pero no rechazaron contundentemente o condenaron con firmeza los actos vandálicos ocurridos.
En 2018, asistieron menos personas, pero igual terminó con violencia. Los sospechosos usuales, enmascarados, quisieron pasar por un área que la Policía indicó que no se podía. En medio de unas “negociaciones” y de una atmósfera sumamente tensa, comenzó el “sal pa’ fuera”.
Ya vimos el resultado este año: una asistencia sumamente menguada. Eso no quiere decir que haya disminuido el apoyo a los reclamos de los manifestantes pacíficos. A mi juicio, quiere decir que no se apoya la violencia, la anarquía, y si los líderes sindicales no rechazan esa violencia con firmeza, se interpreta como un apoyo sutil, aunque no sea cierto. Mi exhortación a los líderes sindicales es que no sean firmes y vehementes para unas cosas y debiluchos para otras. Con la misma fuerza que reclaman justicia salarial, no recortes y cualquier otro asunto, con esa misma fuerza condenen los actos violentos y de intento de anarquía dentro y fuera de sus organizaciones, porque el ser blanditos en ese aspecto lo que logra es que les salga el tiro por la culata.