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Lea la opinión de Leo Aldridge

Carmen Yulín Cruz permaneció en el Partido Popular Democrático (PPD) porque no es tonta, porque pretende ganar elecciones, y porque, contrario a la espontaneidad que a veces quiere proyectar, hizo un cálculo de que es ahí donde único tiene alguna posibilidad real de llegar a donde quiere.

El amor puede ser práctico.

Me aventuro a pensar que quizás hasta conversó sobre el tema con su amigo Bernie Sanders, el senador federal por Vermont que es independiente, pero que, al momento de aspirar a la presidencia, lo hace a través del Partido Demócrata. Él tampoco es tonto.

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Los partidos políticos —aquí y allá— son el punching bag favorito de todo el mundo. Y es lógico que lo sean. Tienen mil contradicciones. Agrupan gente de todos los espectros ideológicos, económicos y hasta temperamentales. Pero, contrario a todos los pronósticos de muerte, permanecen inamovibles como instrumentos para llegar al poder.

Los políticos, al menos los que en realidad aspiran a ganar elecciones a puestos altos, saben que dependen de esos partidos para las fases más entramadas del tortuoso camino hacia el poder.

Donald Trump coqueteó con aspirar a la presidencia como candidato independiente, y sus principales aliados y asesores le decían —correctamente— que era imposible lograrlo fuera de uno de los principales partidos. Sin ser muy republicano previo a 2015, optó por meterse en ese partido porque no le quedaba de otra para llegar a donde quería.

Lo mismo hizo Bernie Sanders con los demócratas en 2016. Vio en el Partido Demócrata la única manera real de llegar al poder ejecutivo, y lo intentará de nuevo en 2020. Lo de Yulín es exactamente lo mismo.

No tiene que ser una “buena popular”, whatever that means. Simplemente, tiene que moldear ese partido a su estilo y usarlo para llegar a la gobernación.

Los vendedores de carros existen para vender carros. Los abogados para defender clientes. Los médicos para curar pacientes. Y los políticos existen para ganar elecciones. Es su principal norte. Es cierto que esa realidad no puede estar exenta de unos principios que guíen las acciones y las políticas públicas. Pero, si no se gana una elección, no se establecen escuelas chárteres. Si no se gana una elección, no se achica o agranda la fuerza laboral en el Gobierno. Es más, hasta para lo malo aplica igual: si no se gana una elección, no se premia con contratos a los panas.

Los partidos políticos son marcas reconocidas (brand names). La ciudadanía gravita hacia ellos, aunque sea por inercia. La prensa los busca porque saben que son un caldero de dramas, chismes y noticias. Los partidos tienen un acervo de personal, dinero, procesos de recaudación de fondos y proyección mediática que rara vez puede ser igualada por un individuo.

Es cierto que los partidos políticos pueden ser tediosos, viejos y aburridos comparados con la pomposidad de alguien novedoso que venga sin ataduras. Pero la novedad, la palabra misma lo dice, suele durar poco.

Se habla mucho de candidaturas independientes que cambiaron el panorama político. El caso más reciente es el de Alexandra Lúgaro, hoy miembro prominente de otro partido político, que sacó en 2016, como candidata independiente, el 11% de los votos. Eso es un montón, pero sigue siendo 30 % menos que el candidato ganador, Ricardo Rosselló, del PNP.

En Estados Unidos, Ross Perot aspiró a la presidencia como candidato independiente en 1992 y 1996. En 1992, obtuvo un impactante 19 % del voto popular (similar al 16 % que, juntos, recibieron Lúgaro y Manolo Cidre en 2016 acá). Aunque impresionante, le quitó votos al republicano George H.W. Bush y estuvo 24 puntos porcentuales debajo del vencedor, Bill Clinton.

Todas las críticas que le han llovido a Carmen Yulín —desde la prensa, desde sus amigos del Movimiento Victoria Ciudadana— probablemente la tienen a ella sin cuidado. Carmen Yulín tendrá mil defectos, pero como política hábil —política que le gusta ganar elecciones— sabe muy bien que la única opción real que tenía era permanecer en el Partido Popular Democrático.

Carmen Yulín quizás soñó con algunos posibles idilios que le pasaron por el lado y le susurraron cosas bonitas al oído, pero decidió fríamente quedarse con quien la trajo al baile. Lo decía antes: amores prácticos también los hay.

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