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Columna de Opinión: La casa grande y confusa de Yulín

El sociólogo Hiram Guadalupe opina sobre la aspiración a la gobernación de la alcaldesa de San Juan

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El decálogo de deseos y aspiraciones políticas liberales que, tras el anuncio de Carmen Yulín Cruz Soto de aspirar a la candidatura a la gobernación, ha provocado comentarios en los medios informativos y redes sociales del país no es nuevo.

Se trata de una lista de medidas sociales que han formado parte de varios proyectos políticos esbozados previamente por amplios sectores del país. El inventario incluye desde rescatar las instituciones públicas; desarrollar un plan de reconstrucción social, económica, ambiental y fiscal; rechazar las políticas de privatización de servicios esenciales y bienes públicos; colocar la educación, desde grados primarios hasta la universidad, como un servicio esencial del país; hasta promover la educación con perspectiva de género.

También se menciona la oposición a las leyes de cabotaje; el compromiso con una auditoría de la deuda; rechazar la Junta de Control Fiscal y sus políticas de austeridad; e impulsar una Asamblea Constitucional de Estatus como el proceso que garantice la participación equitativa de las opciones descolonizadoras, incluidas la estadidad, la independencia y la libre asociación.

Esa lista de propuestas, en nada novedosa, también fue presentada hace un par de semanas entre vítores y aires de esperanzas por el recién constituido Movimiento Victoria Ciudadana (MVC). Ha sido, además, base de las plataformas políticas de otros partidos en el pasado.

Sin embargo, el viernes, la alcaldesa de la ciudad capital se afanó a ellas, como si nunca se hubieran escuchado en la palestra pública, y las aderezó de consignas coloridas y refranes simpáticos en medio del anuncio de su ambición en ser candidata a la gobernación por su Partido Popular Democrático (PPD).

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En su proclama, Cruz Soto también hizo un calco al carbón de los postulados enunciados por los dirigentes del MVC, en particular aquellos que evocan a la conformación de un movimiento amplio en el que todo el mundo tiene cabida, irrespectivamente de su ideal político.

El distendido discurso ofrecido por la alcaldesa retomó el trillado concepto de la casa grande del PPD para insinuar que, bajo su dirección, esa colectividad podría honrar el concepto democrático que yace grabado en su nombre y que ha perdido sentido con el paso de los años. Es decir, al insistir en que todos son bienvenidos en el pepedé, como claman los fervientes y conservadores defensores del Estado Libre Asociado, desideologizó su candidatura.

En suma, la nueva aspirante a inquilina de La Fortaleza pretendió “refrescar” la imagen de un partido político moribundo, retrógrado, conservador y colonialista; protector exclusivo de la relación de sometimiento de Puerto Rico al Gobierno de Estados Unidos.

Ese partido al que hoy se aferra Cruz Soto para lograr su aspiración personal de ser gobernadora es, curiosamente, el mismo del que ha renegado en múltiples ocasiones y del que, tan reciente como hace dos meses, aseguró, con verbo categórico, que no sería su candidata a la gobernación.

Empero, Cruz Soto parece estar convencida de que, aunque ahora se aferra al PPD, no necesita de esa colectividad para agenciarse una victoria porque cree que goza de un fuerte apoyo entre sindicalistas, feministas, grupos comunitarios e independentistas. Se piensa, a su vez, como una figura disruptiva y revolucionaria.

Al mismo tiempo, se conoce que sus corajes con el PPD son profundos porque nunca se ha sentido aceptada. Tampoco se ha dedicado a cultivar la base de ese partido e, incluso, se le ha escuchado continuamente referirse con desprecio al liderato pepedé, lo que le ha impedido crear una base política real dentro de esa colectividad como para imponerse en una elección primarista.

Por eso, el aferrarse al PPD devela una contradicción entre acción y palabra. Así queda al descubierto, una vez más, la falta de consistencia, la inestabilidad y los zigzagueos que dibujan el perfil de la señora alcaldesa, quien ahora busca hechizar a los electores con una discursiva liberal laxa, populista y simpática para las gradas.

Por su parte, sus acólitos celebran su lanzamiento. Son los mismos que la tratan como una celebridad y hasta vociferan que tiene la capacidad de hacer lo que sea, que no necesita del electorado pepedé para ganar una elección y que dondequiera que lance sus aspiraciones políticas triunfará. Le han hecho creer el cuento de la “salvación” política del país.

Lo que ocurrirá en las próximas semanas y meses es impredecible. Así es la política, un juego de posicionamientos que puede encubrir en una buena campaña publicitaria el verdadero rostro de quien se ufana en dirigir los destinos del país.

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