El gobernador Ricardo Rosselló es un experto en las distracciones. En su discurso, habla de ellas como si fueran un obstáculo para su administración. Cuando canceló el contrato de Whitefish, dijo en un tuit que “no puede haber distracción alguna que altere el compromiso de levantar el sistema eléctrico lo más rápido posible”. En su último mensaje de presupuesto, en mayo de 2018, dijo que gobernar “requiere firmeza para que lo importante prevalezca sobre la distracción que, en ocasiones, provoca el debate político”. Cuando renunciaron algunos de los implicados en el escándalo de WhatsApp, dijo que sus dimisiones respondían a un interés por “no distraer la atención de la agenda de transformación de nuestro Gobierno”. En octubre 2018, en medio de otro álgido debate público con el presidente del Senado, Thomas Rivera Schatz, dijo que no se iba a “distraer con ninguna disputa pasajera”.
Resulta evidente que el gobernador entiende, a su manera, el impacto de las distracciones en el quehacer de gobernar. Sin embargo, lejos de querer evitar toda distracción, hay algunas que le convienen y que promueve. Este es un Gobierno distraído por diseño.
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En ocasiones, el propio Ricky luce distraído, como un niño que no se puede estar quieto. Ese es el caso cada vez que lo oímos decir que no sabía de tal y más cual escándalo. No sabía, por ejemplo, del nombramiento de Higgins a la Autoridad de Energía Eléctrica ni del jugoso salario de cerca de $1 millón que pretendían pagarle. Tampoco sabía de la purruchá de contratos del hijo de Raúl Maldonado, que recién fueron cancelados. No sabía de la participación ilegal de un juez en su campaña política a pesar de que este le trabajó una de sus propuestas más cacareadas durante la campaña, el presupuesto base cero. Desconocía que su gobierno se negó a darle datos a Harvard para hacer su estudio sobre el número de decesos provocados por el paso del huracán María. Si sigo, no paro, querido lector. Haga usted el ejercicio; con una búsqueda en Google de “Rosselló no sabía” bastará para saciar su curiosidad.
Esa fachada distraída, de científico preocupado más por el “big picture” que por los detalles de gobernar, le permite alejarse de las múltiples controversias que este Gobierno ha generado en apenas dos años.
Su otro esquema es aún más insidioso: utilizar los medios como armas de distracción masiva. En las pasadas semanas, hemos sido testigos del intento continuo del Gobierno de Puerto Rico y del secretario de Estado por insertarse en el mismo medio de la crisis venezolana. Los resultados: un avión perdido, más de $200,000 botados en una embarcación que de ninguna forma iba a poder atracar y descargar en territorio venezolano, y mucha, pero que mucha, distracción.
Como si fuera poco, un legislador PNP dijo que estudiaría la posibilidad de desarrollar una planta nuclear en Puerto Rico, el gobernador anunció otro plebiscito más “estadidad sí o no”, y a principios de cuatrienio se coronaron con la noticia, desmentida por la propia empresa, de que se desarrollaría un Disney World en los terrenos de la antigua base naval de Ceiba.
En los medios, cometemos el error de pisar estos campos minados por las malas mañas de los publicistas del Gobierno. Cada vez que surgen estas ideas o controversias fabricadas, les dedicamos horas a su cobertura y análisis.
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¿Y qué esconden estas distracciones? ¿Cuál es el propósito de convertir a Luis Gerardo Rivera Marín y, lamentablemente, por asociación, al pueblo de Puerto Rico, en objeto de mofa internacional? Sencillo: que no hablemos del fraude millonario en sellos de rentas internas provocado por un contratista al que Hacienda le extendió un contrato de tecnología, que no sepamos del contrato millonario para el diseño de la página de Internet de la biblioteca virtual de Educación, ni de Tus Valores Cuentan, ni de tantos otros casos de despilfarro y pillaje.
En fin, el propósito es claro: que estemos tan distraídos como el distraído en jefe.