No conozco los detalles de lo que pasó en el encuentro entre Nicolás Maduro y el periodista Jorge Ramos de Univision en el Palacio de Miraflores en Caracas a principios de esta semana. El periodista alega que se le interrumpió una entrevista con el líder venezolano, se le confiscó el material grabado y se le retuvo innecesariamente en lo que se tramitaba su deportación. El Gobierno de ese país alega que el periodista fue irrespetuoso con el presidente.
Independientemente del detalle que desconocemos del suceso, que quede claro, sea Maduro o Trump, ningún funcionario puede obstaculizar el libre ejercicio del periodismo. El periodista tiene derecho a preguntar, indagar y publicar. El pueblo tiene derecho a recibir la información que necesita para educarse y tomar sus decisiones. Las guerras o conflictos, en mayor o menor grado, si bien es cierto que exponen a los periodistas a situaciones peligrosas, no pueden ser la justificación para una agresión a su trabajo.
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Ahora bien, tampoco el discurso que expongo puede estar ajeno a los factores que inciden en este tema y a las responsabilidades éticas de los periodistas al momento de ejercer sus funciones.
Nadie puede ser ingenuo en la utilización de varios medios de comunicación considerados poderosos, por las partes en conflicto, entiéndase EUA/Colombia por un lado, y Venezuela/Rusia/Países No Alineados, por el otro, para una guerra propagandística con el fin de influenciar en las discusiones de alto nivel. No hay que mencionarlos, todos saben quienes son. En esas agendas, los periodistas tienen que ser muy cuidadosos y abrazarse con más fuerza a la ética de su profesión. Caer en el sensacionalismo para manipular la opinión pública o convertirse en la noticia para cumplir con los intereses económico-políticos de su medio, es un flaco servicio al periodismo. Y en ese contexto, la cautela tiene que ser mayor por parte del consumidor de las noticias. Los ciudadanos no deben descartar las fuentes de información porque las consideren parcializadas, pero, en medio de estos conflictos, debemos todos, como lectores u oyentes, exponernos a más fuentes para tener el escenario más claro posible y más cercano a la realidad.
La coyuntura me sirve también para hablar de la fórmula que he mantenido en la realización de entrevistas en los medios para los cuales he trabajado. Más allá de deslices o exabruptos incidentales que he tenido en el ejercicio de la profesión periodística, el estilo que prefiero siempre es el que se abraza el respeto hacia los demás seres humanos, sea quien sea. Primero, porque el respeto hacia los demás es fundamental en una sociedad. Segundo, porque el consumidor de la noticia no merece distracciones innecesarias al momento de buscar informarse. El interlocutor, es decir, el periodista, debe ser lo más transparente para el ciudadano que lo que busca es enterarse de algún suceso o de algo desconocido. Tercero, porque el entrevistado no merece estar luchando contra la estridencia al momento de explicar sus posiciones o de dar información. Y por último, porque, desde el punto de vista estratégico como periodista, he logrado más siendo respetuoso y relajado en mis entrevistas, al momento de obtener contenido relevante al país, que el que puede lograr un entrevistador gritándole a su objetivo sobre asuntos sin importancia, que aunque logren capturar la audiencia por unos minutos, terminan siendo inconsecuentes para nuestro desarrollo colectivo.
Mucha gente me pide en la calle que le diga “embustero” o “corrupto” a X o Y político. Mi respuesta siempre es que soy duro, pero respetuoso, y que le dejo a la gente el llegar a sus conclusiones a base de lo que escuchan o leen. No soy partidario tampoco de darle la noticia masticada a la gente, porque ello nos embrutece como pueblo. Así mismo ocurre cuando el periodismo se convierte en un show.
¡No! a obstaculizar a la prensa en ninguna parte del mundo, bajo ninguna circunstancia. ¡Sí! a un periodismo cada vez más ético y comprometido.