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Maduro vs Ramos

Lea la opinión de la periodista Mariliana Torres

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Todos los días, decenas de periodistas trabajan amenazados. Todos los días, alguno de ellos es torturado, encarcelado y silenciado. ¿Cuántos periodistas activos hoy día están dispuestos a entregar su vida o sufrir la privación de su libertad por defender los valores del periodismo y la libertad de prensa?

El periodismo es una de las profesiones más peligrosas del mundo, y quien la ejerce conoce las consecuencias. Hay trabajos periodísticos que son llevaderos o exentos de peligro; es decir, no implican amenazas constantes, pues los actores de la noticia no están involucrados en entuertos, y a quien le interesa la publicación de la noticia facilita los datos y el encuentro con los entrevistados. Los que trabajan en zonas o países con alto grado de inseguridad tienen una ardua tarea para poder realizar su trabajo, pero, a pesar de ello, lo disfrutan porque aman la profesión y, ante todo, tienen la vocación. No podemos generalizar que están infelices o temen por trabajar en una zona de alta inseguridad. Un periodista, por ejemplo, dedicado exclusivamente a informar desde las zonas de conflicto no puede tener miedo, pero sí debe procurar mantener la cordura, la ética, la prudencia, respetar las leyes del país, educarse en cuanto a la historia, tradiciones y cultura de este, y, sobre todo, entender que él o ella no es el protagonista de la historia.

Hoy día, la mayoría de los periodistas en zonas de conflicto son independientes. En estos dos primeros meses de 2019, han asesinado a tres periodistas y un periodista ciudadano. Tras los barrotes hay 168 periodistas. Muy cerca de nosotros, en México, todos los días, un periodista es amenazado, algunos han desaparecido y otros se han visto forzados a abandonar su país por el temor de ser asesinados. Ejercer en México es cuesta arriba si tocas temas fuertes que involucran corrupción gubernamental o carteles de drogas. Todas las amenazas de muerte a periodistas se deben a que los actores de la noticia no quieren que el pueblo conozca la verdad.

Lo que le ocurrió al periodista televisivo Jorge Ramos era de esperarse, conociendo la intolerancia del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, hacia la prensa. Pero, por el hecho de que a Maduro no le gusten las preguntas de Ramos, no significa que lo va a silenciar.

Como Maduro está en la “sala” de su casa, puede levantarse e irse y no contestar las preguntas. No hay problema con ello, pero sí lo hay cuando el mandatario priva de libertad a un individuo, sea Ramos o cualquiera de los ciudadanos.

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Conocemos la trayectoria profesional de Ramos y su forma de entrevistar muy puntiaguda. A muchos de sus entrevistados les molesta que esté tan preparado para las entrevistas y que sus preguntas sean directas. Tanto al gobernador de Puerto Rico, Ricardo Rosselló, como al flamante secretario de Estado, Luis Rivera Marín, no les fue bien en las entrevistas con Ramos. Entonces, era de esperarse artillería pesada por parte del periodista televisivo y respuestas poco agradables por parte del entrevistado, Maduro. El deber de todo periodista es preguntar, y el entrevistado puede contestar, desviar la pregunta e, incluso, no contestar, pues está en su derecho. El hecho de que el periodista no haya podido concluir la entrevista coordinada, a quien afectó fue a la audiencia, que se encuentra privada de su derecho a estar informada.

El protagonista de la historia no es Ramos es la gente que está sufriendo, que está hambrienta y privada de calidad de vida. Debemos entender eso para poder colocar en justa balanza los deberes del mensajero y de la audiencia. Ya veremos especiales televisados sobre la situación, libros publicados, etc., para aumentar los índices de audiencia, pero no olvidemos lo que realmente es importante: la gente de Venezuela.

El video que, supuestamente, encolerizó a Maduro es repulsivo, pues refleja la angustia, la pobreza, la hambruna y la violación de los derechos humanos. Ese video grabado por el equipo de Ramos es fuente de información importante que debe darse a conocer desde el punto de vista de derechos humanos, pues expone al mundo el sufrimiento de la gente ante decisiones políticas retrógadas.

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