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La Iglesia viene obligada a actuar con firmeza

Lea la opinión de Alejandro Figueroa

Ayer jueves, el Papa Francisco dio inicio a una histórica Cumbre en el Vaticano que reúne a los obispos católicos y otros líderes de la iglesia para enmarcar una respuesta global al abuso por parte del clero de “menores de edad y adultos vulnerables”. El Vaticano consideró que la llamada reunión cumbre era tan importante que el año pasado pidió a la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos que no actuara sobre nuevas medidas para responsabilizar a los obispos por encubrir a los sacerdotes abusivos hasta después de esta Cumbre.

Es escandaloso que el Vaticano haya esperado tanto para convocar esta reunión, después de décadas de revelaciones de abusos por parte de sacerdotes, y la demora y actitud de negación por parte de los líderes de la iglesia ante tan obvio problema (incluido el Papa actual, que se disculpó después de defender a un obispo chileno acusado de encubrir abuso). Para que esta reunión pueda considerarse efectiva y exitosa, el Papa debe dejar claro a los participantes que si no van a tratar con celeridad y transparencia a los sacerdotes depredadores (y sus cómplices superiores) en sus países de origen, Roma lo hará por ellos.

Ese mensaje debe ser enviado no solo con relación al abuso de niños y adolescentes por parte del clero, un mal con el que la iglesia ha estado lidiando durante décadas, sino también con un escándalo que ha llamado la atención más recientemente: la explotación sexual de adultos, incluyendo a seminaristas y monjas, por poderosos miembros del clero. Cada vez ha quedado más claro que el abuso de menores es solo una dimensión de la crisis.

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Desafortunadamente, los clérigos involucrados en los preparativos para la Cumbre han sugerido que su enfoque será principalmente o incluso exclusivamente sobre el abuso sexual de menores. El cardenal Blase Cupich, arzobispo de Chicago, dijo que aunque se debe abordar el abuso sexual de adultos, la cumbre debe centrarse en las víctimas jóvenes porque “los menores no tienen voz”. De hecho, al inaugurar la Cumbre en Roma, el papa Francisco dijo que los principales líderes de la iglesia católica se estaban reuniendo “ante este flagelo de abuso sexual perpetrado por hombres de la iglesia en detrimento de menores”.

Pero limitar la discusión al abuso de niños sería un error: la iglesia debe abordar todas las formas de conducta sexual inapropiada por parte del clero y hacerlo de manera inmediata. Esa realidad se hace patente con el anuncio que hizo el Vaticano la semana pasada de que había expulsado a Theodore McCarrick, el ex arzobispo de Washington, DC, de 88 años, quien fue acusado de abusar sexualmente de un adolescente hace décadas mientras se desempeñaba como sacerdote en Nueva York. Esa revelación llevó rápidamente a la renuncia de McCarrick del Colegio de Cardenales. Pero luego se supo que el prelado también había sido acusado de acosar sexualmente a jóvenes seminaristas. Dos diócesis de Nueva Jersey pagaron mediante transacciones confidenciales a hombres que alegaban haber sido víctimas de McCarrick. McCarrick fue presidente de la Universidad Católica de Puerto Rico de 1965 a 1969.

Los seminaristas no son los únicos “adultos vulnerables” que la iglesia debe proteger de los clérigos depredadores. El Papa Francisco reconoció recientemente que algunos sacerdotes y obispos han sido culpables de abusar sexualmente de las monjas, y dijo a los reporteros que la iglesia ha estado “trabajando” con el problema. La comunidad católica en la India ha sido sacudida por los cargos de que un obispo violó repetidamente a una monja, una acusación que el obispo niega. El abuso de monjas y ex monjas por parte del clero fue tan escandaloso en una orden religiosa francesa que Benedicto la disolvió luego de que saliera a relucir que el fundador de la orden habían manipulado a las monjas para que se convirtieran en “esclavas sexuales”.

Obviamente, la iglesia debe hacer más para abordar el abuso de menores, incluso en los Estados Unidos. Los obispos de los estados aprobaron en el 2002 una Carta para la Protección de Niños y Jóvenes que, entre otras reformas, obliga a las diócesis a reportar las denuncias de abuso sexual de un menor a las autoridades. Sin embargo, es vital que la iglesia también trate con firmeza a los sacerdotes que abusan o explotan sexualmente a “adultos vulnerables”, ya sean jóvenes seminaristas, monjas o hombres o mujeres laicos que buscan el consejo de un sacerdote solo para ser explotados o atacados sexualmente. La Iglesia Católica ahora enfrenta su propio momento #MeToo, y debe responder con firmeza.

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