Los políticos se ofenden con facilidad cuando los periodistas le hacen preguntas que consideran no propias. Cuando no se tiene la contestación a esa pregunta difícil entonces huyen de las entrevistas, no contestan las llamadas telefónicas y en casos extremos al sentirse acorralados muestran sus emociones con violencia verbal, publicaciones incoherentes o quejas públicas con profundos gemidos. Las actuaciones o reacciones de muchos astutos y supuestos afligidos no me sorprenden pues después de todo lo que buscan es que los ciudadanos no conozcan la verdad de sus malas decisiones.
Siempre sostengo que preguntar es un arte y nunca debe hacerse con malas intenciones y mucho menos con un cuchillo en la boca como dicen por ahí. Los políticos que salen airosos de una entrevista incisiva y difícil se destacan por su verbo y sinceridad. Apreciamos el político que no importa el tema no se niega, da cara y contesta. Los políticos novatos o los que quieren incursionar en esa difícil tarea que a veces concluye muy mal buscan como cazadores a la prensa. Todos quieren ser famosos y darse a conocer. Quieren portadas, posan, engolan la voz, se cambian la imagen, visten trajes a la medida y miran de reojo al lente de la cámara.
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Siempre ha habido un lugar para los políticos famosos en los medios de comunicación porque aumentan las audiencias. Se acuerdan del ex alcalde de Cataño Edwin Rivera Sierra mejor conocido como El Amolao, salía en todos los medios de comunicación aunque se nos hacía difícil entender su mensaje. Simpático, parlanchín y sagaz se echaba a su pueblo en el bolsillo hasta que tuvo un tropezón entonces se le vió menos. Así hemos visto pasar a muchos que han llegado muy felices y elocuentes como el ex secretario de Educación, Victor Fajardo. La luna de miel terminó cuando las autoridades federales intervinieron y descubrieron uno de los robos más increíbles de la historia a los programas federales. Es decir, a los niños de Puerto Rico. Imágenes nítidas de funcionarios que llegaron impolutos como el ex secretario de Recreación y Deportes, Ramón Orta y que luego desilucionaron. Todos los mencionados han pasado por procesos judiciales y la vergüenza pública.
Últimamente los tropezones de funcionarios públicos son más evidentes y seguiditos. Preocupante por demás el juicio desatinado del flamante secretario de Hacienda, Raúl Maldonado. Aunque no hay acusaciones ni señalamientos formales contra este, causa sorpresa que aún permanezca en una de las sillas con mayor responsabilidad y a cargo de desembolsar el dinero del país. Destaco la entrevista que la pasada semana le hizo el periodista Rafael Lenín López.
Los silencios, voz temblorosa y no atinadas respuestas dejaron más dudas que aclaraciones. López demostró cuán incisivo puede ser un periodista sin faltar el respeto. Además, exhibió dominio del tema y preparación indispensables para poder realizar una entrevista de altura. Me llamó la atención el entrevistado pues no podía contestar las preguntas y cayó en contradicciones constantes. Maldonado tiene experiencia en los medios de comunicación pues fue colaborador de un noticiario televisivo por varios años. Obviamente no contestaba las preguntas vinculantes a las decisiones tomadas en contratos que lo han llevado a defenderse de señalamientos de la opinión pública. El no contestar es lo peor que puede hacer una figura política pues se puede entender que no están seguros de sus respuestas, que hay aspectos de sus decisiones que fueron erradas y no lo quiere aceptar o que esconde algo indebido. En realidad, no tiene que contestar todo lo que se le pregunta, pero necesita hallar una salida creíble y airosa. Definitivamente no está pasando por su mejor momento en imagen y proyección.
Cuando se aceptan posiciones de poder el escrutinio público de su labor es imparable y quizá lo lamente pero es parte fundamental en una sociedad democrática. Igualmente cuando se está en una posición tan importante las preguntas diarias de la prensa hay que contestarlas para que no queden dudas. El pueblo tiene derecho a conocer la verdad para evitar la insatisfacción de los funcionarios seleccionados para liderar.