Llegué muy pequeña a Puerto Rico, proveniente de la Ciudad de México. Para aquellos años no había Internet, las comunicaciones eran costosas y Puerto Rico estaba más aislado del mundo, pues la globalización no había explotado. Me acuerdo poco de mi llegada, pero sí recuerdo que me costó bastante trabajo adaptarme.
Entre la pérdida de mi familia y el enredo que tenía con los acentos y las palabras, hicieron de esos primeros años, unos muy difíciles.
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No obstante, con el pasar de los años, Puerto Rico se convirtió en mi hogar y en la tierra que me vio crecer. Todos los éxitos que he tenido en mi vida profesional se deben en gran medida a las oportunidades educativas que tuve aquí.
Después de estudiar unos años en Estados Unidos, regresé a Puerto Rico a cursar mis estudios graduados, y desde entonces, llevo toda mi vida adulta aquí. A través de todos estos años, mi amor por México nunca ha mermado. Siempre lo extraño. Extraño a mi familia, la comida y hasta el olor particular de las calles de la Ciudad de México.
No obstante, cuando voy allá, rápidamente empiezo a extrañar al calor caribeño, la comida boricua, mis amistades y todo lo lindo de esta, la Isla del Encanto, a la cual soy muy afortunada de llamar casa. Y así se resume mi vida; siempre añorando, sin importar en dónde me encuentre. Creo que muchos inmigrantes se identificarán conmigo y con este sentimiento.
La poeta Rupi Kaur dice que los inmigrantes nos convertimos en puentes entre dos tierras. Ello me lleva a pensar en qué bonito sería que hablásemos más de puentes y menos de muros.
La Administración federal lleva ya 18 días cerrada ante la necedad del presidente Trump de que se le apruebe dinero para construir un muro entre la frontera de México y Estados Unidos.
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Este muro fue el eje central de su campaña a la presidencia y ahora es la causa de que a ochocientos mil empleados federales no se les esté pagando. Pero lo que es inconcebible, es que el presidente siga insistiendo en una solución que le pertenece al siglo XIX para un problema del siglo XXI.
Todos los expertos opinan que un muro no es la solución para los problemas que se dan a diario en esa frontera. En cambio, se deberían de buscar soluciones junto con los países de donde provienen estos migrantes.
A pesar de lo que se piensa, hoy en día, estos migrantes en su mayoría ya no son mexicanos. En cambio, provienen de Honduras, Nicaragua y El Salvador. En Nicaragua, hay una crisis política seria, y en Honduras y El Salvador, la violencia ha llegado a niveles insospechados.
Por ello, en vez de estar hablando de construir muros, deberíamos de estar hablando de tender puentes con estos países. Soy consciente de que, en Puerto Rico, hay varias personas que también están de acuerdo con Trump y piensan que el muro es la solución.
Entre ellas se encuentra la comisionada residente, quien en el día de ayer abogó por la construcción de una verja en la frontera. Para mí, esta postura es lamentable. Como puertorriqueños, deberíamos estar hablando de apoyar a nuestros hermanos latinoamericanos y rechazar con vehemencia las propuestas de Trump.
A pesar de que Puerto Rico es parte de Estados Unidos, desde mi perspectiva de inmigrante latinoamericana, doy fe de que tenemos mucho más en común con los países hermanos latinoamericanos de lo que se piensa.
Ser inmigrante nunca es fácil. Y ser un migrante que tiene que viajar por semanas a pie y atravesar el desierto para la llegar a la frontera con EE. UU. es, sin duda, mucho más difícil.
Ojalá nuestros funcionarios de gobierno entiendan esto, y que desde esta isla de 100 x 35, el mundo completo escuche que acá tendemos puentes y rechazamos muros.