En múltiples ocasiones, en este espacio semanal, he señalado las consecuencias de la condición colonial de Puerto Rico, el control del Gobierno federal sobre las instituciones públicas de Puerto Rico, la existencia de un tribunal extranjero, la dependencia económica de grandes sectores de la sociedad, el proceso de transculturación, el saqueo económico del país y la más reciente y brutal de esas consecuencias: la creación y acciones de la Junta de Control Fiscal, que es el retrato más preciso de nuestra subordinación política.
El problema colonial afecta a la gente que vive en este país de múltiples formas, desde la farmacia de la comunidad agredida por la invasión de megacadenas protegidas por la constitución y leyes federales, las leyes de cabotaje que afectan el comercio del país, los impedimentos para proteger nuestra agricultura frente a una competencia externa, una persona que es acusada y procesada en un idioma que no conoce, hasta la imposibilidad de proteger las producciones artísticas locales frente a la entrada de “latas televisivas”. La lista de ejemplos es interminable.
PUBLICIDAD
Además de la consecuencia en la autoestima colectiva e individual de la ciudadanía, el sentido de creerse menos, el no creer en las capacidades como país para transformar y reconstruir la sociedad, el pensamiento de que el Gobierno de la metrópoli es la fuente de salvación, todo esto provoca una visión de subordinación en todos los rincones del país.
El más reciente ejemplo de todo este poder colonial es la aprobación por parte del poder legislativo norteamericano de prohibir las peleas de gallos en Puerto Rico, lo cual ha provocado una vorágine de expresiones y posiciones, pues hasta que se manifestó la acción del poder colonial (aún falta la firma del presidente de EE. UU., todo indica que la firmará) realmente no ha existido una discusión real entre los puertorriqueños sobre si esta actividad económica debe seguir siendo avalada por el país. Lo que sí está claro, una vez más, es que una decisión sobre nuestro país fue tomada por un organismo extranjero sin la participación de los afectados. Eso es colonialismo. Durante semanas, hubo un patético peregrinaje de funcionarios públicos por los pasillos del Congreso para suplicarles “a los amos” su benevolencia en cuanto a este tema. Las abrumadoras mayorías congresionales son el ejemplo más elocuente del desprecio institucional federal a sus súbditos coloniales. Es patético escuchar al liderato político del PPD invocar la cultura, la puertorriqueñidad en este asunto, cuando la defensa por parte de ellos a la colonia y su cobardía histórica al momento de enfrentar el problema de subordinación política solo demuestran que son los constantes cómplices en los intentos del imperio de destruir nuestra sociedad y acabar con cualquier institución y proceso que intente finalizar esta odiosa e indigna condición colonial. De igual forma, esto debe servir de ejemplo, una vez más, a los estadistas, de que sus posiciones, sus cabildeos y objeciones siempre se quedan en las escalinatas del capitolio federal.
Los golpes a la colonia son constantes y sonantes. Lo que debió ser un tema de discusión y decisión en el país es ahora otro capítulo más de nuestra historia de subordinación política. Para poder tomar nuestras propias decisiones sobre cuáles deben ser las actividades económicas que debemos promover, de proteger nuestra agricultura, comercio e industria, de trasformar este país, tenemos un solo camino: mandarnos nosotros mismos, obtener la total soberanía, decidir en Puerto Rico todo lo concerniente a nuestros asuntos internos y externos. Todo eso es la independencia.