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Opinión: La gallera del estatus

Lea la opinión de Armando Valdés

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La decisión del Congreso de prohibir las peleas de gallos en Puerto Rico ha levantado argumentos a favor y en contra de las diversas alternativas de estatus. Un análisis cuidadoso sobre este tema deja mal paradas a las dos opciones que mayor apoyo tienen en el electorado: la anexión y el estadolibrismo. Sin embargo, revela también el arraigo de lo puertorriqueño y la importancia que reviste para la mayor parte de la población el mantener ciertas idiosincrasias de nuestra cultura e identidad nacional. Queda claro que a los puertorriqueños, aun aquellos que profesan su interés por que la isla sea el estado 51, les interesan solo las ventajas que se perciben con dicha relación jurídica y no una integración al resto de la nación como estadounidenses.

Comencemos con el gobernador y la comisionada residente, quienes salieron corriendo despavoridos a Washington en un intento por detener la inclusión de esta enmienda en un proyecto de ley que, inevitablemente, el Congreso iba a avalar. Ambos ya han dicho que negociarían una excepción para Puerto Rico, si fuera admitido como estado, para permitir las peleas de gallos. Lo que no dicen es que Puerto Rico ya tenía esa excepción al no aplicarle leyes federales, como ciertos artículos del Farm Bill de 2014, que imponen penas de un año en prisión y una multa de $100,000 a quien asista a cualquier pelea de animales, y de tres años y $250,000 a quien lleve a un menor de 16 años.

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Añadir esto a la lista de excepciones que procurará el PNP cuando Puerto Rico y Estados Unidos se sienten a negociar nuestra anexión es un chiste que se cuenta solo. La comisionada residente, en entrevista con Luis Penchi en Radio Isla 1320, llegó a decir que las peleas de gallos se convertirían en una industria clandestina, similar al pitorro. Por lo cual no me sorprendería si, junto al llamado “deporte de caballeros”, el PNP solicite también excepciones para el Comité Olímpico, los certámenes de belleza, el idioma de instrucción y de todo trámite oficial ante el Gobierno y los tribunales, y sí, por qué no, para el ron caña.

Este curso de acción es doblemente perjudicial para el PNP y sus aspiraciones ideológicas. Localmente, no hacen otra cosa que insistir en lo imposible, lo que conllevará que su electorado acabe decepcionado y molesto. A nivel federal, solo sirve para enfatizar cuán distintos somos de la cultura predominante anglosajona y cuán poco interés tenemos por fundirnos dentro del famoso melting pot. Acabamos luciendo como gansos, interesados únicamente en lo que nos convenga, y despreocupados por las responsabilidades y deberes de ser un estado de la unión.

El estadolibrismo sufre también una derrota importante, no porque las peleas de gallos sean la cabeza de playa donde los autonomistas debimos luchar hasta la muerte, sino porque es otra muestra más de que el acuerdo alcanzado entre Estados Unidos y Puerto Rico en 1952 está caduco. El propósito del ELA era mantener una relación estrecha con Estados Unidos en la que, fuera de limitadas áreas en las que acordáramos compartir o ceder nuestro derecho a gobernarnos, el puertorriqueño tomaría decisiones fundamentales sobre su destino. Que el Congreso prohíba las peleas de gallo sin nuestro consentimiento, como con tantos otros asuntos en años recientes, nos obliga a repensar y a, agresivamente, proponer un renovado movimiento autonomista puertorriqueño que sane las heridas dejadas por esta crasa violación a nuestro derecho a gobernarnos.

Y no es decir que no podrá haber personas que celebren esta prohibición, por lo que representa en cuanto a la defensa de los animales. Pero la decisión la deberíamos poder tomar nosotros, poniendo en la balanza intereses económicos, culturales, sociales y morales. Por mi parte, considero que debemos desalentar cualquier acto que promueva la violencia, en una sociedad tan carcomida por ese mal, y particularmente, contra una criatura creada por el mismo Dios que nos dio vida a los seres humanos. Pero estoy dispuesto a debatir con otros puertorriqueños y a lograr los cambios que estimemos nos convengan por medio del consenso y la democracia, y no por medio de la imposición colonial.

Es por ello, y por lo que demuestra este debate acerca del apego a lo nuestro, que sentimos todos los puertorriqueños, aun, o quizás aún más nuestros hermanos y hermanas estadistas, que el autonomismo tiene que revivir como movimiento político vital.

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