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Opinión: El género urbano: hasta abajo con tus hijos

Lea la opinión de Dennise Pérez

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Siempre me llama la atención las discusiones públicas acaloradas que se forman cuando se habla del género musical urbano y del impacto en nuestros niños.

He escuchado de todo, desde gente que simplemente les prohíbe a sus hijos escuchar “esa música”  hasta gente que los deja escuchar lo que sea. No creo en esas escuelas de pensamiento. Creo que la solución está en el medio.

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Me explico. Esa pegajosa música es difícil de combatir. Cuando menos lo piensas estás contoneándote a su ritmo, sin prestar mucha atención a la letra. El primer impulso es el ritmo. De hecho, prestar atención a la letra (detesto llamarles lyrics) no es siquiera secundario. Llega como tres sentidos después, cuando ya estás atrapado.

Vamos a la letra. Todo depende de cuál es el exponente. No soy total defensora de este aspecto. Le he dado skip felizmente a montones de canciones, ya sea porque  considero su letra vulgar, totalmente inadecuada, o difícil de explicarle a mi hijo. Esas son mis tres categorías de evaluación. Con esas tres categorías en mente, me ha sido posible decirle a mi hijo por qué esa canción no se escucha. No es tarea fácil, aunque tengo que ser agradecida porque mi hijo no solo me escucha, sino que, por naturaleza, no es el gran pachanguero. Aunque por lo que he visto, tiene episodios esporádicos de under.

“Mami, eso no es ná”,  ha respondido varias veces ante mi censura. Y ahí, aunque me mantenga firme, me he retirado varias veces a reflexionar. Gente, no lo escondamos. Muchas veces, los de la mente cochambrosa somos nosotros.

En casa —o conmigo— no se escucha nada que fomente la delicuencia ni la violencia de género. Ni siquiera hacerse el graciosito con el tema. Y usted posiblemente diga que, entonces, no escucho nada del género porque precisamente de eso trata. Falso. Hay muchos exponentes que, dentro de la sensualidad y la chulería, no caen en lo sexual ni en el irrespeto. El género urbano no es un tema de si no puedes con el enemigo, únete.

Lo comprobé el pasado sábado al asistir al concierto de Wisin y Yandel. ¡Un trozo de espectáculo! Mi esposo y yo fuimos con nuestro hijo y con dos sobrinos. Fuimos convencidos  de que nuestra presencia era básica para ellos por varias razones: para demostrarles que nosotros somos de este mundo, que nos vamos hasta abajo de vez en cuando y que, si hay dudas del contenido, ahí estamos pa’ pellizcarlos.

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Subiendo las escaleras del Choli, una chica, más o menos de mi edad, me miró y me dijo en la cara: “Qué barbaridad”. Y yo, que de confrontacional tengo poco en mi vida privada, me viré y le dije: “¿Perdón?” Y ella se retiró sin explicarme, pero hablándole a su pareja en alta voz diciendo que “no, mis niños aquí no”. Era tanta la gente ahí y, por respeto a mi familia, que éramos siete abriéndonos paso, que no me viré a explicarle. Además, evitar confrontaciones y tolerar opiniones es importante en mi oficio.

Pero si hubiera sido en un elevador, le habría preguntado: “¿Por qué es adecuada esta música para ti —que hasta brilloteá llegaste— pero para tus niños no? ¿Qué es lo que pasa que a ellos les prohíbes lo que tanto te disfrutas?  Y no me digas que es que cada letra tiene su tiempo. ¿Por qué son buenos los mensajes para ti, pero a ellos los puede hacer “perderse”? Yo dejo que todo el mundo haga su análisis de situación, pero juzgarme a mí por una hipocresía suya no va.

Hay gente actuando más papista que el papa. Hay gente censurado letras y hasta comportamientos cuando crecieron en la muy sexual, machista y, a veces, impropia época de la salsa gorda, en la que, de paso, había drogas, alcohol y violencia. A mí me encanta la salsa, pero del mismo modo que alejo a mi hijo de ciertas cosas de su época, lo habría hecho si hubiera crecido en la mía. Ni me hables de la “poca letra, pero mucho sexo” de la lambada.

Ser amigo de tu hijo significa educarlo ante todo escenario posible. No significa cerrarle los ojos y los oídos. Significa que abras tú los tuyos para que no pierda tu mensaje de valores. Y de paso, ¿son tus valores tan perfectos? Mi recomendación: hasta abajo con tus hijos.  La peor manera de ser padre es transferir tus prejuicios a tu hijo. #primerizayqué

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