Desde hace muchos años, la celebración del Día de Acción de Gracias ha tomado un significado distinto para nuestro escenario colectivo. Nada que ver con la vieja tradición anglosajona, religiosa por demás, de reunirse en familia y en armoniosa comunión para agradecer las venturas de la vida.
En Puerto Rico, como en muchas otras sociedades capitalistas, le hemos adscrito otro sentido a esta ocasión, resultado, además, de nuestra estrecha relación con la cultura estadounidense. Así, la fecha del tercer jueves del mes de noviembre se convierte en la antesala para celebrar el día nacional del consumo, mejor conocido como el “viernes negro”.
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En síntesis, se trata de un evento en el que amplios sectores de la población deciden reunirse desde tempranas horas de la madrugada en los centros comerciales y las grandes cadenas de venta al detal para festejar un verdadero carnaval de consumo.
La intención pareciera estar cifrada en la búsqueda de cierto nivel de gratificación personal solamente adquirido mediante el acto de consumir. Es como adentrarnos a una línea de fuga para ir desentendiéndonos de la realidad en que vivimos al paso que vamos comprando y consumiéndonos.
Pero como nuestra cultura siempre busca tocar la nota más alta del pentagrama, este año hemos iniciado la carrera de este consumo amnésico desde el jueves.
Y para imprimirle el toque de especialidad al festejo de comprar, en esta ocasión se ha sustituido la fiebre de comprar televisores y juegos electrónicos por la puesta en moda de adquirir, a precios identificados como “gangas”, las famosas freidoras de aire (air fryer).
Saltan a la vista las imágenes capturadas en fotos y videos que circularon entre los medios de comunicación y las redes sociales desde la tarde del jueves, en las que miles y miles de puertorriqueños cargaban en sus brazos las afamadas freidoras, de dos en dos, de tres en tres.
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Podríamos pensar que el consumo agresivo de este nuevo electrodoméstico traerá consigo la imposición de un novel estilo de vida en nuestra sociedad, en el que la alimentación más saludable se impondrá en la confección del menú familiar.
Así las cosas, deberíamos esperar que, desde ahora, habremos de sustituir el sabor que imprime la combinación del aceite en altas temperaturas, por ejemplo, en la elaboración de papas fritas o cualquier otra fritanga que ha sellado nuestra larga caribeña tradición culinaria. ¿Será ese nuestro futuro alimentario? ¿Es a eso a lo que nos exponemos?
Al margen de los criterios médicos y salubristas que nos llaman al buen comer, en tanto una alimentación más saludable, el tema de la avalancha de air fryer en la cocina puertorriqueña es un asunto que, visto sociológicamente, podría traer grandes —y graves— transformaciones a nuestra cultura cotidiana.
Veamos. Nos explica el distinguido profesor Cruz Miguel Ortiz Cuadra, experto en la historia de nuestra cultura alimentaria, cómo nuestra tradición culinaria tiene un gran repertorio asentado en los alimentos cocinados con grasas animales o vegetales hidrogenadas y aceites vegetales. Pensemos por un instante en los placeres que producen las alcapurrias, los bacalaítos, los tostones, los chicharrones de pollo y la carne de cerdo frita y encebollada, entre otros manjares de nuestro menú, muy característico también de los platos que definen la cocina de nuestro entorno caribeño.
Por eso, nos señala el versado catedrático, “en la crónica de las costumbres alimenticias puertorriqueñas, la grasa siempre se nombra como un cuerpo que bulle en nuestras sartenes y en nuestras ollas, como algo muy apreciado, y hasta solicitado”.
De las investigaciones realizadas por Ortiz Cuadra, se desprende, además, que para nuestra cultura nacional la grasa yace asociada a la festividad y la abundancia. De esa manera, una sustitución del comer fritolero podría estar estableciendo no solo una nueva ética alimentaria, más light y aséptica, sino también un patrón cultural menos fausto y más soso.
Preocupa, por demás, la sobrevivencia de la nueva cultura de la gastronomía casual que ha crecido ampliamente en los últimos años, asumiendo representación en nuestra isla con los food trucks, si estos comienzan a sustituir el calor y el sabor del aceite en la confección de alimentos por las máquinas freidoras de aire.
Es muy pronto para vaticinar qué rumbo tomará el impulso que ha tenido últimamente esta moda de freír alimentos con aire. Solo podemos prever que estas modificaciones que impone el mercado de consumo podrían alejarnos de una larga y rica tradición culinaria y cultural.