Esta controversia tiene que ser resuelta. Es súper antigua y ya entrando en la época navideña es necesario que la discutamos para evitarnos peleas entre amigos, amenazas de desheredar y trivias facebookeras.
¿Con o sin kétchup? Yo no sé quién se inventó los pasteles, y si son verdaderamente puertorriqueños, aunque, a decir verdad, nunca los he visto en otras partes del mundo. Pero los amé desde chiquita. En la casa de mis abuelos, maternos y paternos, siempre se hacían estas tremendas pasteladas y se almacenaban como si fuéramos osos hibernando por toda la temporada. Cuando veía que empezaban a recoger hojas de plátano y a buscar los envases extra large, se me abrían los ojos.
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Hice muchísimos cuando era chiquita. Nos colocábamos en filita. Unos con las hojas, otros con la masa, otros con el achiote, otros con la “mestura”. Otros con el hilo del amarre, y otros con las bandejas. Ahí ya habíamos contestado las grandes preguntas preproducción. ¿De yuca o de plátanos? ¿De carne o de cerdo? ¿De pollo o de corned beef? ¿Con garbanzos o con pasas?
Verdaderamente, la experiencia de hacer pasteles con mi familia (en algún otro momento les contaré la de hacer morcillas) solo es superada por el acto de comerlos. El olor y el sabor, todo, es un amor para mí. Y mientras viví en el campo, nunca tuve preguntas existenciales relacionadas con pasteles.
No hice más que bajar la 172 y llegar a San Juan, y empecé a escuchar preguntas extrañas sobre pasteles. Una vez, en mi hospedaje de estudiantes, puse a hervir una yunta y me fui a bañar. Cuando salí, esa cosa había no solo impregnado el hospedaje, sino que, repentinamente, como si hubiera sido el flautista de Hamelín había atraído a todo el hospedaje a la diminuta cocina. Doce personas, dos pasteles. Por poco lloro. Solo yo podía pensar que hervir dos pasteles iba a estar bien en medio de un crowd generalmente esmayaíto. Me imaginé estar picando esos dos pasteles en catorce pedazos y se me rompió el corazón en mil.
No tuve más remedio que dividir el manjar entre quienes dijeron que querían un pedazo, mientras en silencio rogaba que, de las que dijeron mentirosamente no, no hubiera ninguna arrepentida. Le saqué el hilo, las hojas de plátano y las serví con un par de tenedores. Ni siquiera pensé en lo antihigiénico de compartir el tenedor. Solo lamentaba que no comería mis dos pasteles.
Los corté, pedí unos minutos para que se enfriaran y me dirigí a la nevera. Todos pensaban que iba a buscar algo de tomar. Entré a la nevera y busqué, cual estudiante hospedada, la botella que dijera mi nombre. Cuando me viré hacia mis compañeras, hubo un silencio sepulcral. Hasta que una compañera, natural de Lares, se atrevió y gritó: “¿Kétchup? ¡Estás loca, kétchup!” Yo la miré como preguntando de dónde había salido aquella desquiciada. “Se comen con kétchup”, le dije con autoridad. De inmediato. la cocina se dividió entre las que se los comen con kétchup y los que no.
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Yo no podía creer ese debate.
Y las miraba allí, yo parada con el pelo entripa’o, y pensando de dónde había salido aquella manada de extraterrestres. Como yo tenía muchas ganas de aquello, vi la oportunidad y le espeté una línea de kétchup a uno completo, de modo que si alguien tenía intención de seguir con la controversia, algo quedara para mí.
No les puedo explicar cuánto tiempo duró aquella discusión. Que si yo era una jíbara, que si la otra no sabía comer, que si el asco era horrible, que si estaba dañando los pasteles. Mira, mira, mira. Ahí ya la hija de Rita no aguantó más. Cogí el plato del con kétchup y como buena hospedada/universitaria/celosa/hambrienta casi serial killer, cogí mi plato y chinguín chinguín me encerré en el cuarto. Cómanselo como quieran. Not my problem! Y llegó el silencio otra vez. Yo pensé que las habían amordazado a todas, pero no salí a verificar, no fuera que se tratara de una emboscada para comerme mi pastel.
Ya tenía el pelo seco cuando salí del cuarto. No había moros en la costa y el plato del sin kétchup, de acuerdo con las normas, ya estaba lavado. Lavé el mío y me retiré a mi cuarto. De camino, en la puerta del baño, había un letrero homemade. “¿Pastel con kétchup? Prepárate mamita”. Todavía estoy esperando que me haga daño. Y tú, ¿con o sin kétchup?