Recién regreso de Santo Domingo donde estuve participando de una serie de conferencias sobre ética e integridad en los negocios y en los distintos aspectos de la vida social. Ello incluyó la situación de la prensa y los medios de comunicación. Expuse sobre el tema con compañeros de la República Dominicana, Haití y Cuba. En el Congreso, conversaron también sobre la ética en otras áreas, personalidades de Trinidad y Tobago, Jamaica y, por supuesto, Puerto Rico. Fue un evento extraordinario organizado por la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, la Universidad Autónoma de Santo Domingo, la Universidad Brigham Young de Estados Unidos y la directoría nacional sobre ética del hermano país.
Pero no es del evento per se de lo que les quiero comentar, sino de la experiencia alrededor de este. Cada vez que me expongo a este tipo de evento regional, constato cuán alejados nos mantenemos de nuestros vecinos. Tan cerca y tan lejos. Confirmo, además, cada vez que voy, lo poco que nos conocen. Quizás esto último sea como consecuencia de lo primero. Se trata de un distanciamiento que no se justifica y es vergonzoso.
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A mi llegada a la capital dominicana, donde he estado varias veces cubriendo elecciones, procesos judiciales y otros asuntos, me tocó compartir el transporte terrestre con una líder empresarial jamaiquina. Ella y el joven dominicano que nos guiaba hablaban de los países de la región, menos de Puerto Rico, como si se refirieran a los muebles en el patio de su casa.
Cuando puse el tema de Puerto Rico, estos vecinos nuestros hicieron todo tipo de preguntas y aseveraciones, advirtiéndome los dos que no habían venido. ¿De qué vive su economía? ¡No voy para allá mientras esté Trump! ¡Que ustedes no votan por el presidente y el Congreso! Tuve que hablarles sobre cada una de sus dudas para que tuvieran un panorama claro y real sobre Borinquen.
Ya en las conferencias, no era la ignorancia, sino la exclusión de cualquier referencia a Puerto Rico cuando se abordan los problemas comunes de la región caribeña.
Ante ello les dije en mi ponencia que, a pesar de las diferencias sociopolíticas y económicas de todos, en el fondo, compartimos los mismos debates, las mismas encrucijadas, los mismos dilemas. Les dije que era necesario mantener abiertas las conversaciones sobre los problemas comunes que enfrentan cada una de nuestras naciones caribeñas para poder resolverlos entre todos.
Puerto Rico vivió mucho tiempo bajo la changuería de creerse que era del primer mundo. Tras el paso del huracán María, nos hemos dado cuenta de que nuestra infraestructura ha sido débil, de tercer mundo. Son a estos países vecinos, que mantienen agendas intensas de desarrollo, a los que tenemos que unirnos, como bien dijo Eugenio María de Hostos.
El sábado, durante un receso de las conferencias, almorcé con tres amigos dominicanos. Llegué tarde a la mesa y hablaban de las estampas del pasado en la República Dominicana e incluían en los relatos aquellos tiempos en los que se iba la luz todas las noches. Sus familias buscaban como sacarle provecho y daban una vuelta por la ciudad, me contaban. Les contestaba yo que ahora los del sistema frágil de electricidad somos nosotros. ¿Quién lo diría?