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Opinión: La culpa no es del jangueo

Lea la opinión del periodista Julio Rivera Saniel

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Aun cuando los portavoces del Estado y San Juan han insistido en descartar el problema de seguridad en la capital como uno de “percepción” , esa teoría choca directamente con la realidad que viven a diario los ciudadanos. Sí, señores del Gobierno. Existe una crisis de seguridad. Y decirlo no es incompatible con las estadísticas oficiales. Sí. Es un hecho que las estadísticas evidencian menos asesinatos cuando comparamos el actual año con el año anterior a esta misma fecha. Del 1 al 30 de septiembre se reportaron 51 asesinatos en 2017 y este año, en el mismo periodo, se han reportado 5 menos.

Pero según la misma fuente, en ese mismo periodo hay más violaciones (este año 13 vs. 12 en 2017), más agresiones agravadas (280 vs. 264), más apropiaciones ilegales (1,226 vs. 1,111) y más hurtos de autos (285 vs. 221). En la región de San Juan, el panorama es similar con  más apropiaciones ilegales (275 vs. 184), más hurtos de auto (86 vs. 43) y más agresiones agravadas (45 vs. 27). Y si hablamos de Bayamón, se evidencia un aumento en apropiaciones ilegales (285 vs. 273) y robo de autos (96 vs. 82) además de un aumento en asesinatos con 14 este año y 7 en la misma época en 2017.

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Así que, a fin de cuentas, septiembre de 2018 es uno más violento que su antecesor. Y para atender este o cualquier problema es necesario aceptar que  tenemos uno. Hecho lo anterior, corresponde intentar entender por qué. Y con toda probabilidad es ahi donde fallamos.

Lejos de sorprendernos por el aumento en esos renglones del crimen, sería correcto decir que ese aumento era totalmente previsible a la luz de la innumerable literatura que contempla la incidencia criminal en jurisdicciones con nuestras características. Y lo que dice está clarísimo: el crimen incrementa gracias a la desigualdad social, el desempleo, un clima general de escasez y precariedad. Y ese, sin duda, es nuestro reflejo en el espejo. Y entonces, como suele pasar, ya con el problema encima, comienza la búsqueda de soluciones. El problema es que las que están sobre la mesa tienen más de respuestas simplonas que de soluciones reales.

En lugar de recibir como respuesta por parte del Estado un plan para atacar las raíces del crimen (la venta ilegal de drogas, un plan de desarrollo económico, creación de empleos, alternativas para combatir el ocio) la discusión pública se ha centrado en atender la superficie y discutir hasta qué hora deben estar abiertos los negocios. Quienes promueven esa discusión parecen haber concluido que el problema criminal que se manifiesta en asesinatos producto del asecho y el narco, las balaceras de carro a carro ocasionadas por el mismo problema o el aumento en hurtos de autos, agresiones agravadas y apropiaciones  ilegales, de alguna manera tiene una relación directamente proporcional a la hora hasta la que los negocios de venta del alcohol abren sus puertas.

Utilizando esa teoría por un momento, ¿cómo es que cerrar más temprano negocios de venta de alcohol tendrá como resultado reducir las variables del crimen que han mostrado un aumento? Bajar el horario de apertura de ese tipo de negocios, ¿repercutirá en un ataque a la raíz de la incidencia criminal o se trata solo de una solución cosmética que, a fin de cuentas solo tendrá como víctima la maltrecha situación de los comerciantes locales? ¿Por qué no tienen cifras criminales como las nuestras otras ciudades con horarios flexibles de venta de alcohol y apertura de negocios?

De un repaso de casos similares en otras jurisdicciones, me topé con Argentina. El debate que hoy se desarrolla en la isla tuvo lugar en ese país en 2006. Para esas fechas, abrumado por la ola de crímenes, el Gobierno redujo el horario de venta de alcohol. Sin embargo, según artículos de la época, cinco años después del inicio de la medida, esta  probó ser ineficaz para reducir el crimen. Probablemente, porque no guardaba relación con el problema de fondo. Tal vez, por lo mismo, Nueva York no dejó de ser  la ciudad “abierta 24 horas” para lograr reducir su problema criminal en la década del noventa. En definitiva, concluir que el horario  de “jangueo” hará desaparecer nuestro problema de crimen, e ignorar las variables que realmente comienzan a llevarnos a la crisis, no solo será añadir un parcho más a la larga lista de medidas que prometen mucho y cumplen muy poco, sino que, además, nos llevaría a chocar una vez más con esa piedra de la improvisación que ya nos ha llevado antes por el camino equivocado. Podemos hacer más que eso.

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